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sábado, 2 de octubre de 2010

EL MAS ANTIGUO PESEBRE EN LA HISTORIA VENEZOLANA

En la obra “Caciques Aborígenes de Venezuela”,  el escritor don Antonio Reyes incluye una antiquísima leyenda guayanesa,  referente a un mestizo caribe de nombre Tarabai,  la cual entre la realidad y la ficción,  parece referirse a uno de los primeros y más curiosos pesebres o nacimientos que se adoraron en nuestro país.  Esa bella historia la iremos contando en el transcurso del programa de hoy.

Era Tarabai un inteligente mestizo a quien el misionero español Francisco enseñó a leer y a escribir.  Reservado,  misterioso,  en torno a Tarabai se tejieron toda una serie de leyendas,  las cuales lo hacían aparecer como el “astrónomo”,  el “sabio”,  el “curandero” hasta cuando como escribió Don Antonio Reyes:  “Las pascuas,  sencillas,  multiformes se habían adueñado de la fronda.  El azul formaba guirnaldas en el verde de la  vegetación.  Diciembre se anunciaba en un grito florecido de miles de enredaderas.  Hasta el árbol corpulento o milenario lucía ahora el adorno y la gala de la pascua florida”

Y don Antonio Reyes nos sigue contando: “ Diminutas,  inquietas,  las pascuas alegraban hasta la misma aurora.  La selva se había convertido por sortilegio del último mes del año, en pradera.  Una pradera diáfana donde el esmalte de todas las muselinas ganaba la gracia de las luces del día.”

“Tarabai recibió aquella luminosa noticia de alegría y perfume,  voz calurosa de la naturaleza,  con júbilo bullidor y creciente.   Se sentía parte de aquella orgía de brisas y murmullos de cascadas.   Esa eclosión de la tierra profunda,  milagro de matices y pétalos temblorosos,  la entendía como el mejor himno a la vida de los hombres.   Juzgaba casi suyo ese ambiente de tanto halago para los entidos.”

“Tarabay,  en su  identificación del mundo con Dios,  apreciaba en su  simpleza,  como los plumajes más vistosos de las aves y la exquisita musicalidad de sus cantos fueran el mejor de todos los alicientes que pudieran anhelar los hombres.   Hechizo o sortilegio:  la definición cabal no lograba encontrarla en el desequilibrio de su imaginación sobreexcitada.  Lo cierto era que todos los años por diciembre se repetía el fausto acontecimiento y por ello,   en esos contados días,  se hacía locuaz,  cordial y sobre todo amable.”

“ Y entonces  – continúa en su relato Reyes – durante ese lapso en Tarabai desaparecía,   cual otro encantamiento,  la seriedad de su semblante y la mirada inquisidora de sus pupilas.  Abandonaba la frialdad característica que le dominaba,  altiva,  durante los once meses anteriores.   Ahora,  sus reiteradas “visiones” no le aprisionaban,  cual tenazas,  el ritmo del corazón.   Solamente  veía la esteralla.   Su “estrella”,  aquella estrella que se iba ensanchando a medida que Diciembre avanzaba.

De pronto,  una mañana la sorpresa cundió en las escasas chozas de los alrededores de la pobre cobre vivienda del curandero visionario.   No era para menos ¡  Tarabai había hablado.   Y había dicho “este año conoceréis el gran secreto de mi choza.  El espíritu del padre Francisco  así me lo ha ordenado en la visita que me hiciera anoche.   El veinticuatro,  todos, absolutamente todos,  debéis estar conmigo,  justamente cuando la luna alcance el centro del cielo.

Nadie faltaría a la invitación de Tarabai.  Los contados vecinos esperaban algo trascendental del “ente” misteriosos de la selva.   Y la hora había llegado en medio de afanosa expectativa.  La respiración se hizo anhelosa y el ritmo del corazón aceleró su acento.   La luna envolvía  la vasta majestad de los más distantes contornos.  En la choza de Tarabai  había luz.   Bien se distinguía desde afuera.   Singular y extraña resultaba aquella claridad. !  

“Al fin,  el toldo que cubriera la puerta fue arrancado de cuajo  por la mano firme de Tarabai.  Al fondo,  algunas velas  - rico tesoro – en lo abrupto de aquella región.  En el centro,  ejecutado rústicamente,  un pesebre y frente a él,  bañado con la suave luz de la inmensa luna de la selva,  que se adentraba por la claraboya,  el Niño Dios,  cubierto de amarillosa pañales;  ....los mismos que treinta años atrás trajera el Padre Francisco de remotas regiones,  antes de adoptar a Tarabai.

“La sorpresa no permitió una sola palabra de aquellos labios que temblaron poseídos de singular emoción.   Tarabai se inclinó con marcado fervor.   Todos le imitaron sin comprender el valor del rito.   Por último, el “indio”,  el “curandero”,  el “curioso”,  después de explicar con sencillas palabras el redentor sentido de aquella humilde vivienda,  expresó con inusitada ternura:  Ya sabéis,  esto era mi secreto,  el secreto que escondía a la mirada de la selva.”

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