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jueves, 14 de octubre de 2010

LA MESA NAVIDEÑA EN EL MUNDO


El día de Navidad tiene características especiales y modalidades únicas,  lo mismo en sus   ritos religiosos que en sus diversiones y costumbres profanas.  Todo es solemne en tal día e incluso la comida familiar es distinta de los banquetes propios de otras festividades.  Aún en los hogares más pobres la comida de Navidad resulta solemne y forma parte de una serie de actos que la festividad anima.  Se procura hacer un esfuerzo para aderezar una comida mejor que la de cualquier otro día,  y sobre ella se derrama abundantemente la alegría y el buen humos.

La literatura y el arte han glosado insistentemente la contraposición de la comida de los humildes,  llenos de salud y optimismo,  con el banquete de los poderosos que no saben contentarse con lo que tienen y abren de par en par las puertas de su insaciable ambición.  Los hombres de buena voluntad,  pobres y ricos,  pueden ser felices el día de Navidad si saben  practicar la humildad con lo que tienen y sacar partido de lo que Dios les ha deparado.

Las costumbres de Navidad han cristalizado poéticamente en la comida familiar,  y han valorizado algunos manjares como propios del día y susceptibles de ayudar a la solemnidad y al optimismo que la festividad ofrece.  Comienza ya la fiesta en las horas que se dedican a la compra y la preparación de manjares tradicionales.  Ya los días anteriores participan,  a este respecto,  de la fiesta,  porque se escogen las aves del corral y demás manjares componentes del banquete.

En el campo la operación es muy sencilla,  porque se tienen a mano o se han criado por sí mismos los pavos y los lechoncillos y se han plantado las verduras.  En la ciudad es muy importante el ir a la compra y escoger las cosas que se necesitan,  porque las tiendas y mercados están rebosantes de gente y la aglomeración engendra animado bullicio y festiva algarabía.

Es un espectáculo muy ameno y pintoresco observar el ir y venir  del gentío,  escuchar las conversaciones y sorprender en todos los rostros en la entonación de la voz,  el gozo que parece emanar de cuantas personas corren de tienda en tienda  y de mercado en mercado,  atropellándose,  riendo como bajo el imperativo de una doble complacencia:  el encanto de esta fiesta de Navidad  que es,  sin duda,  la más hermosa del año,  y el regodeo del apetito excitado por las suculencias que promete la mesa familiar.

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