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sábado, 16 de octubre de 2010

EL AÑO VIEJO (REINA DURAN - RECOPIALCIÓN DE LEONOR PEÑA)

La quema  del  “Año Viejo” es una de las tradiciones navideñas más arraigadas en el Táchira.  Año tras año,  los vecinos de cada cuadra de la ciudad,  en las barriadas o en las distintas veredas de las urbanizaciones más populares,  acuerdan la confección de un muñeco que representa el “año viejo”;    se pide la colaboración para comprar pólvora y quemarla la noche del 31 de diciembre,  inmediatamente que se da  el abrazo fuerte, cordial y cariñoso,   pleno de los mejores de dicha y prosperidad para el año que recién se inicia.

La recolecta de ropa para vestir adecuadamente al “año viejo”  se hace con antelación por todo el barrio,  por toda la comunidad,  a cargo de los miembros del “comité organizador”  de la famosa quema.  El “año viejo” puede representar algún personaje detestable a nivel colectivo durante el pasado año. 

En todo caso el “año viejo”  está vestido con pantalones,  camisa,  corbata,  chaqueta,  calcetines,  zapatos,  sombreros,  gorras deportivas o militares y hasta le colocan un tabaco en la boca;  su cara y todo su cuerpo es elaborado con cuidado a tamaño natural por los propios vecinos del lugar.

El armazón del “año viejo” es de madera y alambre,  lo rellenan de trapos viejos,  papel y pólvora en abundancia,  representada por triqui-traquis,  cohetes,  busca-niguas y potentes morteros,  lo cual es distribuido equitativamente en su interior.   Una vez confeccionado este adefesio,  se saca a la calle y se coloca en el sitio designado para su pirotécnica inmolación, donde en medio de una gran algarabía se procede a los últimos preparativos entre los cuales se lee el testamento del condenado a mejor vida.

El testamento del “año viejo” lo escriben entre varias personas que viven el sector  y  se incluyen en él a todos los vecinos “dándoles su jaladita de orejas de manera dura pero con graciosa picardía.  Por ejemplo,  en alguna parte el testamento dirá:  “a fulano de tal le voy a dejar la corbata para que con ella amarre a su perro y así no ensucie las paredes de las casas;   a zutano  le dejaré  mis zapatos para que deje los que lleva puestos que no se los quita ni para dormir;  a mengano le dejo mi chaqueta,  para que aprenda a ir bien vestido siempre;   a perencejo le heredo mis pantalones para que su mujer lo respete.

Este testamento es un juego,  o chanzas que hacen reír mucho a algunas personas,  pero otras se disgustan formándose grandes discusiones que al final terminan en amena risa y la compresión de que todo fue en broma,  nada en serio.  El testamento,  por lo general está escrito en versos y rima,  y es leído por la persona que a juicio de los organizadores le pone más “pimienta y piquete” a la lectura del “temible”  recadero de las últimas voluntades del inminente inmolado por el fuego y la explosiva pólvora.

En los pueblos pequeños o barrios se quema el “año viejo”  y  hacen un testamento general que alude a personas más importantes y conocidas por todos:  el carnicero,  el bodeguero,  el lechero,  etc.   Este testamento está hecho por la capitanía formado por más de 10 personas que organizan y mandan.  La tradición exige pasear el muñeco por todo el pueblo montado en un burro,  aquel lo lleva,  mientras que sus seguidores tocan de puerta en puerta y piden dinero para comprar más pólvora y alguna que otra botella de miche.

Una vez cumplida la ceremonia de lectura del famoso testamento del “año viejo",  se procede entonces a su quema definitiva.   Rociando íntegramente con kerosén su maltrecha figura inmediatamente le prenden fuego y comienza así el brillante espectáculo pirotécnico que enardece y viven de cerca los más jóvenes y atrevidos,  y observan desde lejos los más temerosos de que un busca-niguas los persiga de manera insistente o un cohete haga blanco en el traje nuevo que para recibir el nuevo año recién se compró en la víspera.

Luces multicolores,  el sonido de los petardos sembrados en el cuerpo del “año viejo”  y  la alharaca de los muchachos alrededor del pronto incinerado muñeco,  forman un espectáculo extraordinario que contagia de alegría a todo el vecindario y estimula para brindar  por la feliz recepción del nuevo año ante las cenizas,  bondades y dificultades  que pudo haber significado el año que murió.  Después de su inmolación, todo vuelve a la normalidad y la fiesta que espera con mesa de ricos manjares y  refrescante licor comienza  vivirse en toda su intensidad.

Esta ceremonia de la quema del “año viejo” es una de las que más ha resistido el paso del tiempo.  Se mantiene vigente y en algunos casos,  hasta han modernizado la hechura de los muñecos,  dotándolos de movimientos y gracia,  de acuerdo al personaje que quieren representar. 

La recolección de dinero para fabricar el "año viejo" y armar esta fiesta se hace desde hace unos pocos años para acá,  montando alcabalas en las calles vecinas por donde hay  buen tráfico de automóviles y a donde cada unos de sus conductores les llega el consabido potecito,  acompañado de la frase: “Por favor,  colabore con el año viejo”.

Así,  tan calurosamente,  termina uno de los tiempos de la navidad de cada año.  El primero es el 24 de diciembre con sus festejos de nochebuena,  el segundo  es la despedida del año viejo y la recepción del nuevo ciclo de doce meses;  el tercero es la fiesta de la llegada de los Reyes Magos,  marcada para el día 6 de enero.

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