En esta Navidad podemos experimentar seguridad y estabilidad porque habitamos en el incambiable amor a Dios. La serena Navidad que anhelamos es una realidad dentro de nuestras mentes y corazones, y podemos ponerla de manifiesto en nuestras obras, en la bondad de todos nuestros actos.
La Navidad puede ser para nosotros lo que deseemos que sea. Puede ser como exactamente la hemos recordado siempre o puede ser algo completamente nuevo y diferente. La clave de la felicidad está en nuestras expectativas y en la realidad, así como en nuestra disposición para hacer lo que haya que hacer en función del bien común.
Cuando veamos a la Navidad como una realidad viviente que evoluciona cambiando a medida que cambiamos, trayéndonos regalos diferentes cada año, también veremos que son nuestros sentimientos y nuestras acciones lo que marca la brillantez de la propia felicidad.
¿Cuál es el ingrediente que consideramos más importante para una feliz Navidad? Al definirlo, debemos saber que ese ingrediente está dentro de nosotros mismos. A través de la fe que vive en nuestra mente y germina en el corazón, tenemos todo el gozo, toda la paz, todo el amor y toda la serenidad que anhelamos para nuestros hermanos que transitan por los valles de la vida.
Aprendamos cada día, a vivir en la inmensa satisfacción que proporciona la practica de la bondad. Llenemos de generosidad todos nuestras acciones. Veamos con ojos del alma las necesidades y problemas de nuestros hermanos, y aprestémonos a compartir con obras o con oraciones, sus penas y sus esperanzas. Este es el espíritu que cada año debemos renovar en Navidad.
La Navidad es una paradoja de lo antiguo y lo nuevo. Tan antiguo como la más querida historia de hace 2002 años, y tan nueva como el presente que vivimos. Vivamos esta Navidad parcialmente en el recuerdo y parcialmente en lo nuevo. y...¡regocijémonos en la maravilla que se pone de manifiesto en esta época del año!
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