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lunes, 25 de octubre de 2010

EL PESEBRE

Volviendo a nuestro tema, debemos referirnos al pesebre, que es el núcleo material y espiritual de las costumbres de este tiempo. No hay una casa tachirense que no tenga su pesebre en los días de la Navidad. Hu­milde la mayoría, ricos y llenos de luces los de las casas pudientes, cada pesebre es el símbolo de la fe de estas gentes y su homenaje al Salvador. En el fondo de las almas se crea un compromiso al hacer el primer pesebre, y ya no dejan de hacerla hasta que mueren. Los hijos continúan la tradición de sus padres. Una señora a la que visitamos,  se excuso de lo pequeño que era su pesebre, diciéndonos: "Este es el primer pesebre por eso está muy pobre". Y así es, en efecto, cuando inician esta devo­ción; pero a medida que pasan los años el pesebre se va agrandando con las nuevas figuritas y adornos que se le van sumando, los cuales se guar­dan celosamente en cajones, baúles y cajas de cartón.
El colorido y belleza de los pesebres depende mucho de los me­dios económicos que se poseen, pero mucho más del gusto artístico de quienes lo hacen. Hasta los años de 1920, más o menos, en todo el Estado Táchira, tenían preponderancia las figuritas de anime y de barro, las casitas de cartón primorosamente decoradas, las muñecas de celuloide o de loza (única cosa extraña que había en los pesebres), las cuales alternaban con las muñecas caseras, de trapo. Todo era trabajo de artesanía popular. Ramas y llores de diferentes lugares, lama, guinchos, gusanillo y otros adornos vegetales traídos de los páramos, daba; gracia a la rústica armazón de tablas y cartones. Pero con estos modestos medios y un poco de anilina y mica comprada en la botica, nuestras mujeres campesinas (los hombres intervienen ex­cepcionalmente en esto) hacían un y hacen todavía en el presente, primorosos pesebres.
Detalle importante en todo pesebre tachirense, es la lámpara de acei­te que siempre está encendida, mientras se mantiene el pesebre; y no falta tampoco en algún lado un platico en el que se recoge la limosna que los visitantes dan para el mantenimiento de esa lámpara. Cuando uno deja su moneda y algunos de los de la casa presencia la acción, es infaltable la manifestación de gracias: "Que el Niño le pague".
Es muy diferente, desde luego, la celebración de la Navidad en el campo, al modo como se hace (y se hacía) en los pueblos más importan­tes y ciudades. En los campos no es de rigor hacer hallacas, ni comer el dulce de lechosa; el campesino festeja a su modo y de acuerdo a sus medios. No faltando la bebida y la pólvora. Come en cambio lo que pue­de. Tampoco hemos tenido noticias de que en nuestras aldeas realicen actualmente los juegos llamados "aguinaldos" o "apuestas de aguinal­dos" que conocimos en las ciudades tachirenses en otros tiempos. Allí todo es rigor de trabajo y vida dura, y un poco de descanso y miche cuando llegan las fiestas tradicionales cualesquiera que ellas sean.
En algunas casas, pudientes desde luego,  se daban en otros tiempos casos como estos que nos relató un informante en San Joaquín de Navay: "Los dueños de casa preparaban comida y bebidas; poco, para que no se emborracharan. Hallacas de carne (res), arepas de harina. marrano, ga­llinas, pavo, café, vino y aguardientico. Bizcochuelo. El bizcochuelo más grande para el padrino del Niño. Componían una res".
Desde el punto de vista del folklore, repetimos, la Nochebuena en el Táchira, lo mismo que todas las demás manifestaciones populares de este tiempo, difiere según los lugares y las personas. Hay sitios en don­de la tradición, muy arraigada, impide las mezclas y los cambios que se ven en las ciudades; pero en las mismas ciudades hay personas que se resisten a cambiar. Difiere también, como es natural, la celebración de las ciudades (donde lo ingenuo dejó hace ya mucho tiempo de existir) de la de los campos y aldeas donde, por ejemplo, acuestan la imagen del Niño en una cunita después de las doce de la noche del día 24, para que una señora lo meza y le entone cánticos tradicionales.

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