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lunes, 6 de diciembre de 2010

SÍMBOLOS DE UNA FIESTA DE AMOR

Permanentemente creamos elemen­tos cuyo sentido va más allá de ellos mismos. Estos son símbolos que representan poderosas fuer­zas que no podemos envasar ni etiquetar.
Y la Navidad es, posiblemente, una de las fiestas que mayor trascendencia tiene para los corazones de millones de personas a lo largo y ancho de todo el globo terrestre.
Desde el más remoto pasado, se erige un pino adornado con luces y frutos, poderosos elementos que alejan las tinieblas del hambre y del frío, y nos acercan a la calidez de la seguridad de un tiempo de esperanza.
También, hace dos mil años, se ha sumado otro símbolo que tiene luz propia y cuyo sentido es el de un faro en las tinieblas, una mano que viene para guiarnos hacia puerto seguro: la Estrella de Belén, lazarillo que condujo a pastores y reyes, por igual, hacia el establo donde descansaba la alternativa para el cambio radical: el amor.
El mismo amor que refleja otro de esos símbolos enraizados en la historia del mundo occidental: San Nicolás o Papá Noel. Un hom­bre bueno que desarrolló en torno a sus acciones una tradición donde el dar, el compartir, se fijó como lema de una vida y ejem­plo para las generaciones por venir.
Finalmente hay otro símbolo. Esta vez so­noro, melodioso, sentido, profundo. Se trata de la canción Noche de Paz, verdadero him­no navideño que nos habla de amor, calma y quietud, necesidades de todos los corazones y todas las comunidades que reconocen que sin ellas resulta imposible avanzar, progresar y desarrollarse.

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