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lunes, 6 de diciembre de 2010

NOCHE DE PAZ

En medio de las canciones com­puestas y cantadas a través de los siglos entre los pueblos cristianos, destaca Noche de Paz, que mere­ce ser conocida más profundamen­te en su emocionante historia. Ella es, sin duda, la más popular y difundida canción de Navidad.
El 24 de diciembre de 1818, sentado a su escritorio, el padre Joseph Franz Mohr (1792­-1848), vicario cooperador de la pequeña pa­rroquia de San Nicolás en la aldea de Obern­dorf, en la provincia austriaca de Salzburgo, leía la Biblia.
El joven vicario estaba preparando su ser­món para la misa de media noche. Concentra­ba toda su atención en los textos bíblicos, re­pasando las páginas que contenían la palabra de Dios, justo en el Nuevo Testamento leía la historia de los pastores a los cuales un ángel les decía: "No se asusten porque les traigo una buena nueva que será una gran alegría para todo el pueblo. En la ciudad de David nació hoy un Salvador que es el Cristo Señor. Esta es la señal: encontrarán un niño envuelto en pa­ñales y colocado en un pesebre."
Justamente, en ese momento, alguien gol­peó la puerta. Interrumpido en su lectura, el padre Mohr se levantó y fue a abrir. Se encon­tró con una joven campesina envuelta en un humilde y tosco chal.
La muchacha lo saludó: "Alabado sea nues­tro Señor Jesucristo", y luego le solicitó que la acompañara para bendecir el nacimiento de un niño, hijo de un leñador.
El padre Mohr, cumpliendo con su misión sacerdotal, se puso el abrigo, los guantes y los zapatos de nieve y acompañó a la mujer al bosque de pinos cubiertos de blanco, mien­tras su pensamiento seguía en su sermón pa­ra la media noche. Finalmente llegaron a una choza, baja, mal iluminada y ahumada. Un hombre zote lo recibió con un gesto brusco; una señora cargaba en sus brazos al recién na­cido. El sacerdote, extendiendo los brazos, los estrechó a los dos. Al regresar solo, se sintió bastante conmo­vido al recordar aquella escena por la seme­janza con el nacimiento de Jesús. Su pensa­miento regresaba al texto bíblico, pareciendo tener la imagen del milagro divino al frente. Aquellos momentos quedaron profundamen­te grabados en su corazón, y nada consiguió alejarlos. Parecía que fuera un testimonio vi­vo y presente del nacimiento de Jesús.
Luego de celebrar la misa de gallo regresó a casa, pero no logró conciliar el sueño. La es­cena vivida horas antes tenía cada vez más fuerza en su interior. Se sentó frente a su es­critorio tratando de rehacer lo que sentía y las palabras fueron tomando cuerpo, suavemen­te, en forma de versos.
Al amanecer, el padre Joseph Mohr vio que había escrito un poema, Noche de Paz, que comenzaba con las siguientes palabras: No­che de Paz, noche de amor...
Y ahora nos preguntamos ¿cómo nació la música de este famoso tema navideño?
Pues bien, Franz Xavier Gruber (1787 -1863) también austriaco y católico romano, músico, organista y maestro de música en Oberndorf, la misma aldea del padre Mohr, fue el autor de tan maravillosa melodía.
Durante muchos años la canción quedó circunscrita a la familia Gruber cantada por Franz, María (su esposa) y los hijos. Lenta­mente fue siendo divulgada hasta llegar a la corte de Prusia.
Y gracias al inspector del coro de la Abadía de San Pedro, donde hoy está la ciudad de Salzburgo, Ambrosius Prennsteiner, el com­positor fue reconocido.
Por intermedio del hijo de Gruber, Félix, de sólo nueve años, Prennsteiner se enteró por casualidad que Gruber era el autor de la melodía.
Junto con Félix, fue invitado a la casa de los Gruber a comer, y el hombre fue directamente al tema explicándole al compositor que un maestro de concierto prusiano, Ludwig Erk, venía directamente de Berlín a la Abadía de San Pedro para localizar al compositor de la hermosísima canción navideña Noche de Paz.
- ¡Ah! -respondió Gruber- yo la escribí hace treinta y cinco años, cuando era profesor en esta aldea... La letra no es mía sino del falle­cido padre Joseph Mohr, que Dios lo tenga en su gloria...
Y, entonces, el propio Gruber, con sus se­senta y seis años, entusiasmado y al son de la guitarra, le cantó Noche de Paz al fascinado Prennsteiner.
Rápidamente la canción se expandió por toda Europa y actualmente Noche de Paz está adaptada a más de ochenta idiomas, y es, sin dudas, el mejor regalo de Austria para el mundo cristiano.
Tal y como hemos conversado, las fiestas en torno a la Navidad se han ido transformando con el paso de los años.
Y aunque debajo de cada activi­dad navideña permanezca intacto el espíritu del amor y de la transformación, por encima, el barniz y la decoración pueden parecernos diferentes.
Estamos hablando de las tradiciones. Tra­diciones y costumbres que se adecuan a la época, llenando el ambiente con un senti­miento festivo que no tiene comparación.
Quizás una de las tradiciones más im­pactantes sea la de los belenistas, verdaderos arquitectos-historiadores encargados de re­memorar el nacimiento de Jesús con el desa­rrollo de pesebres y nacimientos. Su origen está en manos de San Francisco de Asís, y la creatividad de cada belenista se desborda, año tras año, en una tradición cada vez más fuerte.
Igualmente, hay otras tradiciones como los estrenos, las comidas, la música, los rega­los y las felicitaciones, concretadas estas últi­mas en las famosas tarjetas de navidad.
Hay historias que han sido dadas a cono­cer a través de los medios de comunicación como el cuento del Espíritu de la Navidad y el viejo Scrooge, que no es otra cosa que una narración sobre la importancia de aprender a sentir amor, dejando a un lado los sentimien­tos egoístas.
En nuestras tierras también se ha hecho li­teratura en torno al tiempo de Navidad, y por eso transcribimos una narración del venezolano José Rafael Pocaterra, quien nació en la ciudad de Valencia en 1888 y murió en Mon­treal en 1955. Uno de sus grandes valores estriba en la introducción de la novela urbana, sin dejar a un lado las pinceladas costumbris­tas. De su pluma surgió un personaje navide­ño que retrató la pobreza, la inocencia y el amor de un pueblo. Fue Panchito Mandefuá.
Hagamos un recorrido por esas tradicio­nes que nos consolidan como pueblos y nos unen en el más sano espíritu navideño. 

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