Radio

Radio

Faltan



lunes, 6 de diciembre de 2010

LA ESENCIA DE LA FIESTA

El origen de la Navi­dad es mucho más antiguo que el de la Natividad del Señor. A medida que las tradiciones van enfren­tándose a los cambios de cada sociedad, se van modificando. A veces se enriquecen, en otras ocasiones empiezan a decaer hasta des­aparecer por completo.
Cuando esto último sucede, entonces rápi­damente otras costumbres surgen, aparecen nuevas manifestaciones, nuevos hábitos para sustituir los extintos.
Vale decir que el ser humano difícilmente puede vivir sin sus rituales.
Ciertamente, en muchos sitios se ha perdi­do la costumbre del uso del sombrero para el hombre, principalmente en las ciudades; pero a cambio, se ha impuesto el uso de gorras y cachuchas.
De cualquier manera, así sea que una tradi­ción se enriquezca o se suprima y sustituya por otra, siempre se mantiene su esencia.
Eso es lo que ha pasado con la Navidad.
Ya la mayoría de las personas no adoran al hermano Sol, ni esperan que con algún even­to mágico retorne luego del invierno.
Ya la ciencia se ha ocupado de explicarnos a dura realidad del movimiento de los astros, y casi todos los pueblos saben que después de un duro invierno viene una primavera para reverdecer nuestra existencia.
Pero la Navidad sigue con nosotros, por­que ella va más allá de ese Sol que brilla. Es un símbolo de la resurrección; de la capacidad de salir de las tinieblas y convertirse en ener­gía positiva; es nuestra alternativa de des­lastrarnos de las mañas y los vicios para adentrarnos en una franca transformación hacia lo mejor de nosotros mismos.
Hay enfoques, razonamientos, plantea­mientos; hay caminos transitados, y los que vienen a continuación son algunos de aque­llos que intentan explicarse el sentido pro­fundo que nos ofrece la Navidad.
La Navidad es una paradoja: es un tiempo de cosas nuevas y renaci­miento y, a la vez, un tiempo en que se venera la tradición. La Navidad es lo antiguo y lo nuevo entretejido en un paque­te envuelto para regalo, listo para que lo abramos y lo disfrutemos.
La Navidad es lo nuevo y lo primero ante, una celebración del nacimiento y rena­cimiento. Es un tiempo de preparación, de utilizar todo lo que hay dentro de nosotros para preparar el lugar donde nacerá el Espíritu del Cristo en nuestras propias mentes y corazones.
Hace casi dos mil años, el nacimiento de Cristo anunció el comienzo de una nueva era de comprensión espiritual, y trajo los regalos del amor y la luz a un mundo que llevaba tiempo en la oscuridad. Este nacimiento sig­nificó el surgimiento de algo único y original, algo que el mundo no había conocido antes.
Al nacer Cristo de nuevo entre nosotros, nos renovamos, y todo en la vida se renueva para nosotros. Los regalos únicos y originales del Cristo se manifiestan a través de nosotros en toda su magnificencia. El amor y la luz renacen dentro de nuestro propio ser trans­formando todo lo que somos en una gloriosa maravilla. Es para esta experiencia navideña de renacimiento y renovación para la que nos preparamos ardiente y fervorosamente. Nuestro ser espiritual está eternamente dispuesto para la vida nueva y el nuevo gozo del naci­miento del Cristo en nosotros.
No obstante, con todo y su audaz y brillan­te promesa de lo nuevo, la Navidad también despierta en nosotros el anhelo del hogar, de un regreso, aunque sólo sea en pensamiento, a un lugar y un tiempo que simbolicen para nosotros el amor, bienestar y sensación de pertenecer a algo. En la Navidad anhelamos sentir lo que el hogar representa. De la mis­ma manera, igual que nuestras almas esperan la renovación y el renacimiento, también an­helamos lo que nos es querido y familiar.
Todas las Navidades escuchamos y canta­mos de nuevo los mismos villancicos, y sus melodías avivan fibras profundas de conten­to dentro de nosotros. Tierna y amorosamen­te desempaquetamos y colocamos nuestras queridas decoraciones. Enviamos felicitacio­nes a amigos y familiares distantes, y no tan distantes, recordando a todos los que constituyen nuestra red de amor. Participamos en ceremonias, manteniendo así viva la tradi­ción de la Navidad, tan rica y significativa.
La Navidad nos trae la emoción de la ver­dad eterna desarrollándose. También nos trae la oportunidad de tender un puente al pasado y unir una vez más todo lo que amamos y estimamos.
¿Cómo ponemos en equilibrio los dos as­pectos de la Navidad? ¿Cómo nos asimos a todo lo que es bello y significativo y, a la vez, abrimos de par en par las puertas de la mente y el corazón a nuevas experiencias?
El renacimiento del Cristo dentro de nosot­ros nos llama a lo nuevo, a nueva vida, nuevo gozo y nueva luz, pero nuestro punto de par­tida es justo donde estamos. Todo lo que ha pasado es el origen de todo lo que somos aho­ra, y todo lo que anhelamos ser. Edificamos sobre la base de nuestro pasado: todos los su­cesos gozosos o retadores.
La Navidad es una época de continuidad, una época de lo antiguo y lo nuevo. Es una época para honrar las bellas memorias de Na­vidades pasadas y elaborar recuerdos nuevos.
¿Tenemos recuerdos de Navidades particularmente ricos y maravillosos? Demos gracias por ellos y por la oportunidad que la Navidad nos trae de revivirlos cada año. Veámoslos como lo que realmente son: bellos pasos en el crecimiento hacia la luz y la libertad. En esta época saboreemos estas alegrías y traigamos conscientemente su significado al presente.
¿Nos traen las Navidades dolorosos recuerdos? Que esta Navidad sea nuestra oportunidad de edificar de nuevo, de curar viejas heridas e incomprensiones. El renacimiento del Cristo dentro de nosotros es el renacimiento del amor, y el amor a Cristo nos depara para asirnos sólo a aquello que es levantador y positivo, y deja ir el resto.
Al entrar en lo nuevo y el renacimiento de la Navidad, tal vez encontremos que hasta nuestros recuerdos se renuevan. Los sucesos en sí pueden o no haber ocurrido de la manera que los recordamos, pero eso no es lo importante. Recordamos los sucesos de la manera que lo hacemos porque ellos llenan una necesidad emocional en nosotros. Al renacer Cristo en nuestras mentes y corazones, encontramos que podemos evocar sucesos alegres que antes permanecían en la oscuridad. Para nuestra sorpresa, tal vez encontremos que vienen a nuestra mente experiencias de afecto, ale­gría, cosas compartidas que estaban comple­tamente olvidadas, y que traen una sensación de paz y contento con ellas.
Cada Navidad puede ser una época de des­pertamiento para nosotros. Cada Navidad po­demos escoger conscientemente las activida­des y tradiciones de mayor significación para nosotros y revivirlas con fervor. La Navidad siempre llega viva, llena de novedad y alegría, cuando participamos activamente en ella, cuando contemplamos con ojos maravillados toda la belleza que nos rodea.
¿Anhelamos un cambio en esta Navidad? ¿Deseamos que esta Navidad sea completa­mente nueva y diferente? Eso es posible, por­que una Navidad brillante y esplendorosa comienza dentro de nosotros, dentro de nues­tras propias mentes y corazones. Podemos tener justo la Navidad que deseemos porque llevamos dentro de nosotros las semillas de gozo, felicidad y bienestar. El renacimiento del Cristo dentro de nosotros significa el renacimiento de un poder transformador.
¿Anhelamos la estabilidad de tiempos pa­sados? En esta Navidad podemos experimen­tar seguridad y estabilidad porque habitamos eternamente en el incambiable amor de Dios. La serena Navidad que anhelamos es una rea­lidad dentro de nuestras mentes y corazones, y podemos ponerla de manifiesto.
La Navidad puede ser para nosotros lo que deseemos que sea. Puede ser como exacta­mente como la hemos recordado siempre o puede ser algo completamente nuevo y dife­rente. La clave de la felicidad está en nuestras expectativas y en la realidad, así como en nuestra disposición para hacer lo que haya que hacer para unir ambas. Cuando veamos la Navidad como una realidad viviente que evo­luciona cambiando a medida que cambiamos, trayéndonos regalos diferentes cada año, tam­bién veremos que el factor determinante so­mos nosotros: como nos sentimos, como reac­cionamos, qué esperamos. Nosotros somos la realidad que vive, se desarrolla y cambia.
¿Cuál es el ingrediente que consideramos más importante para una feliz Navidad? Al definirlo, sepamos que ese ingrediente está dentro de nosotros. A través del Cristo rena­cido en nosotros, tenemos todo el gozo, toda la paz, toda la serenidad, todo el poder, y po­demos poner de manifiesto cualquier cosa que consideremos esencial en nuestra Navi­dad. Al renacer el Cristo en nosotros com­prendemos de nuevo que tenemos dentro de nosotros la provisión para toda necesidad.
La Navidad es una paradoja de lo antiguo y lo nuevo, tan antigua como la más querida historia de casi dos mil años, y tan nueva co­mo el momento presente. Vivamos esta Navi­dad parcialmente en el recuerdo y parcial­mente en lo nuevo y... ¡regocijémonos en la maravilla que se pone de manifiesto!

No hay comentarios:

Publicar un comentario