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lunes, 29 de noviembre de 2010

Navidad, tiempo de amor

Si prescindimos del consumismo que distorsiona y deforma las cosas y los conceptos, hasta hacerlos casi irreconocibles a fuerza de anuncios y estratagemas, con el único fin de hacer dinero, la Navidad fue siempre y será algo que nos conmueve y que, pese a todo, llevamos en el alma, sin que podamos evitarlo, hasta el punto de que en todas las etapas de la vida, solos o acompañados, nos produce un sinfín de emociones. Estas emociones de todo tipo, de alegría o de tristeza, de amor, de soledad, de júbilo o de nostalgia llevan la impronta de la Navidad.
Es posible que con los años, con tanta Navidad ya pasada a nuestras espaldas y tantos cambios en la senda de nuestra vida, hayamos perdido, no la fe, pero sí esa hermosa ilusión de nuestros verdes años. Cada uno va almacenando sensaciones distintas, sucesivas, mejores y peores, que quizás modifiquen en nuestro ánimo el sentimiento de la Pascua. Así creemos que nos sucede, pero de pronto, cuando se acerca esta fecha gloriosa de la Navidad, como tocados por un mágico resorte, volvemos a llenarnos de ilusión y nuestro pecho rebosa de afecto hacia todo y hacia todos. Nos saludamos con una efusión desconocida normalmente, nos amamos más, nos ayudamos más, nos inundamos de amor. Es el milagro de la Navidad.
Recuerdo con complacencia las Navidades de mi niñez, rodeada de toda la familia, al amor del fuego alegre y trepidante del hogar, como nuestras ilusiones, porque éramos cinco niños y como decía Alejandro Casona «donde hay niños siempre hay fuego encendido». Propios y extraños, todos cabían en nuestra casa, acogidos de muy buen grado, por la sumisa ancha y bondadosa de nuestra madre que a todos atendía y confortada en cuerpo y alma. He aquí el poder de convocatoria de esta entrañable Fiesta.
Navidad es tiempo de amor, bien sea en nuestras latitudes mediterráneas o latinas donde un Belén o Nacimiento, mezclado a veces con el árbol nórdico y la ingenua personificación de los Reyes Magos, que llegaron al Portal de Belén a la Natividad del Niño Dios y que tanto han hecho vibrar nuestro espíritu infantil o bien en otras geografías donde suena esta fecha en distintos nombres como Noel, Santa Claus o San Nicolás..., pero al fin y al cabo Navidad es siempre Navidad lo mismo en los países de los renos voladores por las heladas estepas, guiados por un orondo, alegre y bonachón Santa Claus o en las tierras calientes de los países americanos, donde quizás las ofrendas llevadas al Portal sean aromáticos y exóticos frutos tropicales, nacidos en el pleno calor de su invierno, pero llenos también del fervor de su Navidad.
Todos nos hermanamos, nos hacemos mejores en la Navidad. Si hay penas se mitigan, si hay soledad siempre hay un recuerdo por teléfono o un secreto brindis concertado de antemano, si hay una lágrima se borra con un beso...porque es Navidad.
Es verdad que hay gente triste, desamparada, enferma o sola, que ha perdido quizás la sumisa por los avatares de la vida, por la crudeza de su situación. Démosle, pues, la mano generosa, un cálido saludo, un rato de compañía que tanto se agradece cuando se está solo o entristecido, porque es muy posible que si damos amor, se nos devuelva también amor.
Toma sosiego en mi cobijo, hermano. Toma mi pan y mezcla tu palabra, con mis voces de amor agradecidas, porque la Navidad nos acompaña.

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