Aparece puntualmente cada invierno. Es una figura patriarcal, tierna y protectora, que reparte regalos a los niños de toda condición. Hoy le "llaman Santa Claus, Father Christmas, Sinterklass, Papa Noel, Babbo Natale... Ayer se denominaba San Nicolás. Y antes, mucho antes, aparecía con el nombre de Señor Invierno por los caminos nevados de los pueblos centroeuropeos. Pero más atrás aún en el tiempo, se celebraba la advocación de Saturno entre los romanos y Cronos entre los griegos.
...el único Santa Claus de carne y hueso del que tenemos noticia vivió en el siglo IV de la era cristiana en los valles de Lycia en el Asia Menor.
Se llamaba Nicolás y fue una de las figuras más veneradas por los cristianos de Oriente y Occidente durante toda la Edad Media. Todavía hoy acuden multitudes de fieles a cobijarse a la sombra de sus reliquias depositadas en la basílica de Bari, junto a las cálidas orillas adriáticas de la Italia meridional.
Para averiguar por qué Nicolás de Bari encarnó en un momento determinado la figura del anciano protector que regala cosas a los niños, habría que asomarse primero a su biografía.
Los únicos datos históricos que tenemos de ella son su episcopado en Myra (la actual Finique de Turquía) y el testimonio de sus restos en Bari. Parece que nació en una familia acomodada de comerciantes y que, de muchacho, estaba indeciso entre seguir las huellas paternas por las rutas mercantiles del Adriático, o cumplir los deseos de su madre que lo quería sacerdote como su tío, a la sazón obispo de Myra.
La peste solucionó el dilema de Nicolás: sus padres murieron en ella y el muchacho, conmovido por el desastre, repartió su herencia entre la muchedumbre asustada y malherida que había sobrevivido a la catástrofe. Luego se puso en camino hacia Myra a la búsqueda de su tío-obispo. Y aquí se inicia la leyenda: mientras tanto el tío-obispo muere y los sacerdotes de Myra no consiguen ponerse de acuerdo en su sucesor. Cansados de tanta votación inútil deciden elegir el primer cristiano que pusiera los pies en la iglesia. Y así el joven Nicolás se convirtió en obispo de Myra.
... Muchas cosas debieron ocurrir en aquellos años para convertirlo, con el tiempo, en santo patrón de países como Grecia y Rusia, regiones como Lorena, ciudades como Friburgo y Moscú; para que por toda Europa se alzaran centenares de templos bajo su advocación; para que marineros, comerciantes, vírgenes y toda la chiquillería europea lo acogieran como benefactor. Y para que hacia 1807 mercaderes y navegantes italianos se atrevieran a desafiar a los musulmanes secuestrando sus restos y llevándolos a Bari para custodiarlos al amparo de una bandera cristiana.
No hay documentos que testifiquen las razones de todo esto pero sí una sólida tradición popular. El primer relato sobre el santo data del siglo IV y apareció en un texto griego. Narra la historia de tres alegres colegiales en día de asueto que beben imprudentemente más de la cuenta en una taberna. El patrón los asesina para robarles y mete los cuerpos en una cuba de vino. Enterado Nicolás, corre a la taberna y los devuelve a la vida tras una buena reprimenda. ¿Viene de aquí su aureola de benefactor de los niños?
Por aquellos años, otro Nicolás, el abad de Sión, escribió una biografía del santo en la que narra los milagros que dieron pie a su devoción entre vírgenes y marineros. Un padre hundido en la miseria, con tres hijas casaderas, decide una noche solucionar los problemas familiares prostituyendo a las muchachas. Esa misma noche San Nicolás deja deslizar por la chimenea de la casa tres barras de oro como dote para cada una de las muchachas.
Otra leyenda (una nave a la deriva, una tripulación enloquecida de espanto ante la galerna, una oración a San Nicolás, y una calma chicha como final feliz del asunto) parece estar en la raíz de la devoción que el santo de Bari ha inspirado a generaciones y generaciones de marineros.
Los sociólogos explican todo esto de otra manera. Hasta el momento de la consolidación del cristianismo en Europa, cada actividad, cada gremio, cada función de la vida cotidiana, estaba consagrada a los dioses. Los griegos tenían su propia mitología, los romanos adoptaron la suya, las divinidades del imperio sustituyeron luego a los dioses de los pueblos bárbaros europeos. No era de extrañar que los cristianos sintieran la necesidad de asumir esas ancestral es celebraciones encuazándolas hacia sus propios santos.
Los marineros griegos, por ejemplo, creían que Poseidón era el rey de los mares del mundo... Los romanos llamaron Neptuno a Poseidón y siguieron invocándolo. Los primeros marineros cristianos también sentían la necesidad de una ayuda que los protegiera de las tempestades. Nicolás fue para ellos esa ayuda.
Algo parecido debió ocurrir con los niños y sus ansias de ilusión y regalos. En la Roma Antigua y en todo el Lacio, se celebraban cada invierno las fiestas religiosas en honor a Saturno, el Cronos de los griegos. A mediados de diciembre, las saturnales festejaban el solsticio de invierno y en su origen estuvieron vinculadas a las ceremonias de recolección...
Al final de las fiestas y en nombre del anciano dios de las cosechas, todo el mundo recibía regalos. Los niños eran el alma de aquel jolgorio y los regalos que recibían habían sido cuidadosamente preparados en sordina desde muchas calendas antes de que llegaran los primeros fríos.
¿Cómo no reconocer estas antiquísimas costumbres en los relatos de la Edad Media ? Y en el caso concreto de los portadores de regalos, ¿como no evocar el anciano rostro del Saturno antiguo en esa figura patriarcal que llevaba obsequios a los niños en los crudos días de los inviernos medievales?
Santa Claus no tenía por entonces un nombre muy definido, ni siquiera un sexo preciso. Los niños italianos, por ejemplo, recibían sus regalos de una especie de bruja achacosa y bonachona llamada Befana. En los bosques de las montañas vascas, el día de Nochebuena ardía un tronco de leña especial en las chimeneas de los caseríos en recuerdo del Olentzero. Este era un gigante, un carbonero del bosque que se colaba en Navidad por las chimeneas y con su cara tiznada de hollín celebraba las fiestas con chicos y grandes "Orra, orra, Olentzero, pipa artzedubenic", cantaban todos a coro (Ahí está nuestro Olentzero, con su pipa, sentado, y con capones y huevos para merendar mañana con una botella de vino).
Brujas, carboneros, duende, campesinos de barba blanca, botas altas y gorro de armiño, todos estos señores del invierno que poblaban las más recónditas aldeas europeas no hacían otra cosa que cumplir, sin saberlo, las mismas tareas que los antiguos atribuían a Saturno: regalar cosas a los niños, aportando un instante de calor en los momentos más crudos del invierno.
No es extraño que el recuerdo de los milagros de San Nicolás entre los fieles cristianos sustituyera a las figuras paganas portadoras de regalos. Y así, en muchos sitios, el gorro de armiño se reemplazó por la mitra episcopal, el abrigo rojo típico del atuendo medieval centroeuropeo, se convirtió en una capa y el bastón de pastor de renos pasó a ser un báculo.
Pero los duendes paganos del invierno medieval se resistían a desaparecer a pesar de la cada vez más extendida afirmación de San Nicolás. Hasta el pasado siglo todavía había señores del invierno pagano recorriendo incansablemente los caminos nevados cargados con sus sacos de regalos... Iban a pie o a caballo, en trineos tirados por ciervos y los niños, según las regiones, dejaban junto a la chimenea unas briznas de heno, unas zanahorias, un montón de paja ... En otras regiones se llegó a una solución mixta y los diosecillos paganos actuaban como pajes de San Nicolás y entonces, un cortejo de figuras se deslizaban puntualmente por los senderos navideños...
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