Mucho antes de la era cristiana, era costumbre, al norte de Europa, espantar los malos espíritus que estaban alojados en los árboles para que aún en invierno las ramas permanecieran verdes. Las ramas de las coníferas eran el símbolo de la esperanza de que regresarían la primavera y el verano, estaciones en que el Sol daría nuevas fuerzas al hombre y a la naturaleza.
Cuando San Vilfrido (634-710), un monje anglosajón, comenzó a pregonar el cristianismo por Europa Central, encontró creencias paganas muy arraigadas entre esos pueblos. Para acabar con ellas, resolvió cortar un viejo árbol que estaba frente a su iglesita.
Según la leyenda, en ese momento irrumpió una fuerte tempestad y un rayo cortó el tronco en cuatro pedazos. Pero, un pinito, nuevo y aún verde, que estaba aliado del árbol, milagrosamente no sufrió daño alguno.
Para San Vilfrido ese acontecimiento representó un mensaje del cielo, por el cual la Divina Providencia daba su respaldo a la niñez y a la inocencia.
En aquella misma noche, en su sermón mencionó el hecho, diciendo que el pinito, protegido por Dios, representaba el árbol de la paz y la inocencia.
Por conservarse siempre verde, aun en los más crudos inviernos, el pino se convirtió en un símbolo de la inmortalidad.
Y en el sermón de Navidad, ese mismo año, San Vilfrido asoció al pinito verde a la imagen inmortal del Niño Jesús. Así, el árbol pasó a representar a Jesús, Vida y Luz del mundo.
Se sabe que San Bonifacio, el apóstol de los alemanes, tumbó un árbol que los germanos consideraban sagrado, lo cual vino a simbolizar para ese pueblo que un cristiano bien podía enfrentar a sus dioses. Pero no existen pruebas, como muchos han afirmado, de que San Bonifacio hubiese declarado que el pino alemán era un símbolo cristiano.
Mientras tanto, la costumbre de arreglar un pino alemán con velas, durante las fiestas navideñas, significa una mezcla de creencias germanas con tradiciones cristianas.
El árbol de navidad que conocemos hoy con velas, bolas, nueces, dulces, arreglos plateados o coloridos, signos y estrellas, entró de moda, en Alemania, durante el siglo XIX.
Hay quien afirma que fue Martín Lutero quien iluminó el primer árbol de Navidad en 1525.
(…)
Hoy por hoy es uno de los símbolos más expresivos de la Navidad , con sus bolitas coloridas y sus luces multicolores, como frutos producidos por él. Son los frutos de nuestras buenas acciones y sus variados tamaños indican la medida de nuestra generosidad y caridad.
Colocados en los lugares más destacados de nuestras iglesias, capillas, hogares y oficinas, representan la alegría y la fe que renace cada año en el corazón de los hombres, guiados por Jesús, esperanza, vida y salvación.
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