Zulay Medina del Sector Machiri ganadora del sorteo del pasado Miércoles 08 de Diciembre de 2010 en el Programa "Con Sabor a Navidad", recibe de manos del propietario de Charcutería Aldiros su cesta de productos alimenticios. Felicitaciones!!!
Les invitamos a continuar participando de lunes a viernes, de 7 a 9 de la noche por la Radio Cultural del Táchira 1190 am, 100.3 fm.
Navidad es la época más bonita del año... Recordamos el nacimiento del Niño Jesús y con él las misas de aguinaldos, costumbres, tradiciones,villancicos, parrandas, pan de jamón y hallacas... Con Sabor a Navidad!!!
Radio
Faltan
lunes, 13 de diciembre de 2010
jueves, 9 de diciembre de 2010
Mensaje de Navidad
¡QUE LAS LUCES DEL PESEBRE Y EL ARBOLITO CADA VEZ QUE SE REFLEJEN EN TUS OJOS, TE CAUSEN LA MISMA ALEGRÍA QUE SENTIAS DE NIÑO!¡QUE EN DICIEMBRE LOS ABRAZOS Y LAS SONRISAS ALCANCEN TAMBIÉN PARA ESE NIÑO O ESE ANCIANO QUE SEGURAMENTE HOY O MAÑANA ENCONTRARÁS AL AZAR, A TU PASO!¡QUE EN TUS ORACIONES Y EN TU CORAZÓN QUEPAMOS TODOS!¡QUE EL SOL DE CADA MAÑANA ILUMINE TUS PASOS, TUS SUEÑOS Y TUS LOGROS!¡QUE NUESTRA AMISTAD DURE TODA LA VIDA Y SEPAMOS CADA CUAL QUE EL OTRO SIGUE SIENDO, CADA DÍA, MUY IMPORTANTE!¡QUE ABUNDEN A TU PASO: LA PAZ, LA ARMONÍA Y LA SALUD!¡QUE AGRADEZCAS CADA DÍA LO QUE TE BRINDA EL UNIVERSO, QUE ES LA CASA DEL SEÑOR!... Y PERDONES NUESTROS OLVIDOS, ERRORES Y OMISIONES¡QUE EN UNIÓN DE TODA LA FAMILIA TENGAS UNA HERMOSA NAVIDAD Y JESÚS SE ALEGRE DE ESTAR EN TU CASA... Y TÚ, DE TENERLO COMO INVITADO ESPECIAL!¡FELIZ NAVIDAD Y UN AÑO 2011 MARAVILLOSO!César Peñaloza Roa
lunes, 6 de diciembre de 2010
¡QUE LINDO ESTA EL PESEBRE!
«Niño Jesús, flor de luna, San Nicolás, viejo santo; como deslumbran tus ojos, como te pesan los años»
Israel Peña
Todavía, en diciembre de cada año, construimos «el pesebre» que servirá de entorno al nacimiento formado por el Niño Dios, San José y la Virgen. A sus pies colocamos la mula y el buey. Todavía en diciembre tenemos noticias de fabulosos pesebres que son premiados para estimular esta artística y sana costumbre. En mi niñez levanté muchos pesebres siguiendo lo acostumbrado en San Cristóbal para la época de Pascua de Navidad.
Mis hijos continuaron haciéndolo y ahora son los nietos los que se ocupan de construirlo bajo la mirada y ayuda del abuelo complacido. La construcción de «los pesebres» ha variado mucho. Claro, todo cambia, nada permanece igual, aunque el sentimiento religioso y la tradición estén presentes. Les contaré cómo lo hacíamos entonces. Previamente organizábamos un paseo, con avío, a las montañas cercanas, procurando seguir el curso de sus quebradas, pues en las peñas de las alturas se formaban capas de lama o musgo, las cuales desprendíamos con la ayuda de cuchillos o palustres. Lo mismo en los troncos de los grandes árboles, a los cuales también trepábamos para arrancar bellos y coloridos «guinchos» que nos servirían para adornar el pesebre. En el trayecto recogíamos ramas, de una planta llamada «estoraque», las cuales traían pequeñas florecitas de perfume perdurable que aromatizaba la casa durante días y hasta semanas. Así mismo hacíamos con la planta conocida como «gusanillo», muy decorativa para el marco del pesebre. Habíamos previamente sembrado en pequeñas latas granos de maíz que venían a ocupar un lugar de verdor en la planicie. Algunas cañas bravas, veradas con sus penachos, y una ponchera llena de almidón cocido. Un trapo blanco, que bien podía ser una vieja sábana o un mantel en desuso. Armábamos el esqueleto -por así decirlo- con las cañas amarradas con alambre, o bien, usábamos un chamizo grande, el cual moldeábamos a nuestro gusto. Metíamos la tela blanca dentro de la ponchera con almidón, la impregnábamos bien y la extendíamos sobre el armazón dándole la forma deseada, dejándole una curva para colocar el nacimiento; la rociábamos con azulillo en polvo, con tierras de colores, y con talco molido para que de noche brillara hermosamente. Este era el cerro que sería colocado sobre un mesón, dejándole una planicie al frente. Se rodeaba con el estoraque, el gusanillo y las simientes de maíz. Una vez endurecido al secarse, procedíamos a adornarlo con los guinchos, casitas de cartón, ovejas de algodón, pastores de anime, simulacros de quebradas o saltos de agua, una estrella brillante en su pico más alto, animalitos de celuloide o yeso, hasta una imitación de la carretera Trasandina con sus antiguos camiones y coches hechos de cartulina o anime, pintados con anilinas de colores.
Al pie del cerro construíamos un pueblito con su plaza Bolívar, sus negocios y casas familiares. Había que admirar el almacén de telas con minúsculas piezas hechas de retazos cuidadosamente doblados, la dependiente al mostrador, el dueño o comerciante, huraño, por allá en un rincón; la botica, el vendedor de chicha y pasteles, las carretas cargadas de frutas, las mulas con piedras a sus lomos para la construcción de la mampostería que sostendría a las edificaciones; el toro candela y la burriquita. Casi todo fabricado con materiales de desecho, anime, anilinas, algodón, retazos, piedras pequeñas, plantas naturales, etc. En fin, el pesebre estimulaba la imaginación y creatividad de todos los miembros de la familia, los unía alrededor de un fin común. La participación era voluntaria, se apreciaba mucho la de las mujeres por su delicadeza y paciencia al construir todas estas miniaturas, imitaciones de la vida real. Entonces vestíamos el nacimiento y sus ángeles con finos trajes adornados de lentejuelas y canutillo. Lo triste era cuando pasado el 7 de Enero o el 2, día de la Candelaria , teníamos que desarmarlo y guardar cuidadosamente en cajas de cartón todo lo que podríamos volver a usar el año siguiente. El pesebre que más me llamaba la atención era el de las Hermanas Sabina, allá en la Carrera de Comercio con la Calle Once de Campo Elías. Allá y a otros pesebres, íbamos los pastorcitos a cantarle al Niño Dios aguinaldos y parrandas, acompañándonos con panderetas, con ristras de aplanadas tapas de refrescos y de algún tiple o guitarra:
«Qué lindo está el pesebre
bendigo al que lo hizo
por dentro está la gloria
por fuera el paraíso».
José Humberto Maldonado
UNA PUERTA AL TIEMPO DE PAZ
Juan María Canals
Siguiendo la tónica de esta colección, a lo largo del libro iremos enfrentando diversos planteamientos, opiniones e ideas en torno a una de las celebraciones más universales, la Navidad.
Musulmanes, cristianos o hindúes concuerdan con la trascendencia de este tiempo en el corazón de los seres humanos.
Y es que la Navidad es algo más que una simple reunión social, es un oasis en el tiempo, un bache para la reflexión, una oportunidad para comenzar una transformación radical de nuestro interior.
Y, justamente, esa luz es la que nos trae la Navidad , alternativa para la transmutación y el cambio, luz que tiene su correlación con el amor, la entrega, la alegría, la fraternidad, la unión.
Luz que, aun siendo el rayo frío del invierno, marca la esperanza de una primavera, de un reverdecer y fructificar.
Es un tiempo de calidez espiritual donde se cruzan tradiciones e historias.
Por ello, aquí encontraremos no sólo la narración central del evento, el nacimiento de Jesús, sino los antecedentes en Grecia con Perseo, y en América con Huitzilopochtli.
Revisaremos las leyendas de San Nicolás, la famosa canción Noche de Paz, el origen de las tarjetas de navidad y el misterio que se oculta tras la Estrella de Belén.
Se le dará la oportunidad a los no creyentes de expresar su opinión y juntos buscaremos la esencia de la Navidad , el Sol que nace en lo alto.
UN CONCEPTO, UN ORIGEN
La historia de la humanidad es una sola desarrollada en diferentes escenarios, pero curiosamente unida a un tronco común que se pierde en el origen de los tiempos.
Con relación a la Navidad , el trazo dejado a lo largo del camino se puede seguir con un poco de esfuerzo hasta llegar a celebraciones tan religiosas como las que más, así muchos autores las tipifiquen de paganas.
De esta forma, encontraremos antecedentes en diversas culturas antiguas, en las cuales existieron hombres-dioses engendrados en vírgenes, y cuya misión era lograr una transformación tanto en el corazón de la gente como en el equilibrio social y en el sentido de su justicia.
Y no por casualidad, un elemento igualmente religioso se funde dándole sentido a la esperanza virginal, a la esperanza nueva: la llegada del solsticio de invierno, anuncio de un reverdecer, un resurgir de la vida, luego de un cruento y blanco invierno.
Después de eso lo que queda es la acción humana, la adecuación de las instituciones, y la amalgama de ritos y tradiciones.
UNA VISIÓN NO CREYENTE
Unas de las fiestas más importantes del cristianismo es la natividad de Cristo; la iglesia ortodoxa la incluye entre las Doce Fiestas. Se efectúa en conmemoración del nacimiento de Jesucristo. La ciencia histórica ha establecido que esta festividad fue tomada por los cristianos de los cultos paganos antiguos. En las religiones antiguas se celebraban los nacimientos de los "grandes" dioses: del egipcio Osiris (6 de enero), del griego Dionisio (6 de enero), del hindoirano Mitra (25 de diciembre) y otros.
Las fechas de estas festividades no fueron establecidas de manera casual. El 25 de diciembre, por ejemplo, es el día del solsticio de invierno, "viraje hacia la primavera". El nacimiento de los dioses se vinculaba a la renovación de la primavera, a su renacimiento. La iglesia cristiana, tomando en cuenta los hábitos establecidos para conmemorar el nacimiento de los dioses paganos, se preocupó por eliminar las festividades antiguas incorporándolas a las nuevas celebraciones cristianas. Inicialmente, la natividad de Cristo comenzó a celebrarse el 6 de enero como fiesta triple del bautismo, la natividad y la epifanía. Sólo en el siglo IV, la natividad de Cristo se fijó en el 25 de diciembre, mientras que el 6 de enero se utilizó para festejar el bautismo. En el canon religioso de la natividad entraron muchos ritos y costumbres paganos que se han conservado hasta nuestros días. Por ejemplo, en NAVIDAD
Navidad (del latín natale) significa el día del nacimiento, el día del aniversario de un nacimiento, la fiesta del nacimiento de Jesucristo. De esta forma, la fiesta de Navidad celebra el hecho histórico del nacimiento de Cristo, la venida al mundo del Verbo Divino hecho hombre.
En Roma, la primera referencia de la Navidad del Señor se remonta al año 336. La fecha del 25 de diciembre se relaciona con la Encarnación (acto en que Dios se hace hombre, uniendo la naturaleza divina a la humana: el misterio de la Encarnación ) que desde el siglo III, según consideraciones astronómicas-simbólicas llevaron a fijarla inicialmente en el 25 de marzo (equinoccio de primavera en el Calendario Juliano). Por otro lado, el 25 de diciembre (solsticio de invierno en el mismo Calendario Juliano) era en la Roma pagana, desde el tiempo del Emperador Aureliano, consagrado al Nacimiento del Sol Invencible.
Era una fiesta mí triaca (relativa al culto de Mitras, el espíritu de la luz divina) del renacimiento del Sol.
Era bastante importante el símbolo del Sol, pues en los países de Europa y de todo el hemisferio Norte, el astro rey parecía adelgazar e ir disminuyendo su calor entre los meses de diciembre y marzo. De esa manera, los pueblos paganos realizaban fiestas y cultos religiosos, marcando la conmemoración del solsticio de invierno el 25 de diciembre con la idea de que el Sol no muriese más, sino que renaciera en primavera, trayendo nuevamente su calor para el hombre y la tierra. Encendían hogueras, erigían altares en las casas, ornamentaban con flores las calles y todo lo hacían para agradar a los dioses de su mitología. Pedían un invierno grato y un sol revivido.
Esto, naturalmente, llevó a la Iglesia Roma na a contraponerles la fiesta cristiana de la navidad de Jesús, el verdadero Sol de Justicia. Así, la fiesta Litúrgica de la Natividad de nuestro Señor Jesucristo ya era celebrada el mismo 25 de diciembre, también en Roma, por los cristianos, a partir del año 336, como dijimos. Esta fiesta llegó a extenderse por todo el Occidente, no tardando, con el correr de los tiempos, en ser adoptada por todas las iglesias cristianas orientales.
Con la conversión de cada vez más pueblos paganos al cristianismo, la Iglesia no enconando la forma de eliminar aquellas conmemoraciones, con sabiduría, transformó algunas de esas fiestas tradicionales paganas que estaban arraigadas en el sentimiento nativo.
Se asegura que fue el Emperador Constantino I, el Grande (274-337) hacia el final de su reinado, quien determinó que el nacimiento de Jesús debía ser celebrado el día 25 de diciembre en todo el imperio romano. Según la tradición, ese hecho ocurrió cuando Constantino construía una basílica sobre la tumba de San Pedro, en la propia colina del Vaticano, justamente en el sitio privilegiado para el culto solar.
La fijación oficial de esa fecha fue determinada por el santo Padre Julio I y el primer calendario de que se tenga noticia de que marcó la festividad como Nacimiento de Jesús fue el de Filocalos, en el año 354.
LA ESENCIA DE LA FIESTA
El origen de la Navi dad es mucho más antiguo que el de la Natividad del Señor. A medida que las tradiciones van enfrentándose a los cambios de cada sociedad, se van modificando. A veces se enriquecen, en otras ocasiones empiezan a decaer hasta desaparecer por completo.
Cuando esto último sucede, entonces rápidamente otras costumbres surgen, aparecen nuevas manifestaciones, nuevos hábitos para sustituir los extintos.
Vale decir que el ser humano difícilmente puede vivir sin sus rituales.
Ciertamente, en muchos sitios se ha perdido la costumbre del uso del sombrero para el hombre, principalmente en las ciudades; pero a cambio, se ha impuesto el uso de gorras y cachuchas.
De cualquier manera, así sea que una tradición se enriquezca o se suprima y sustituya por otra, siempre se mantiene su esencia.
Eso es lo que ha pasado con la Navidad.
Ya la mayoría de las personas no adoran al hermano Sol, ni esperan que con algún evento mágico retorne luego del invierno.
Ya la ciencia se ha ocupado de explicarnos a dura realidad del movimiento de los astros, y casi todos los pueblos saben que después de un duro invierno viene una primavera para reverdecer nuestra existencia.
Pero la Navidad sigue con nosotros, porque ella va más allá de ese Sol que brilla. Es un símbolo de la resurrección; de la capacidad de salir de las tinieblas y convertirse en energía positiva; es nuestra alternativa de deslastrarnos de las mañas y los vicios para adentrarnos en una franca transformación hacia lo mejor de nosotros mismos.
Hay enfoques, razonamientos, planteamientos; hay caminos transitados, y los que vienen a continuación son algunos de aquellos que intentan explicarse el sentido profundo que nos ofrece la Navidad.
Hace casi dos mil años, el nacimiento de Cristo anunció el comienzo de una nueva era de comprensión espiritual, y trajo los regalos del amor y la luz a un mundo que llevaba tiempo en la oscuridad. Este nacimiento significó el surgimiento de algo único y original, algo que el mundo no había conocido antes.
Al nacer Cristo de nuevo entre nosotros, nos renovamos, y todo en la vida se renueva para nosotros. Los regalos únicos y originales del Cristo se manifiestan a través de nosotros en toda su magnificencia. El amor y la luz renacen dentro de nuestro propio ser transformando todo lo que somos en una gloriosa maravilla. Es para esta experiencia navideña de renacimiento y renovación para la que nos preparamos ardiente y fervorosamente. Nuestro ser espiritual está eternamente dispuesto para la vida nueva y el nuevo gozo del nacimiento del Cristo en nosotros.
No obstante, con todo y su audaz y brillante promesa de lo nuevo, la Navidad también despierta en nosotros el anhelo del hogar, de un regreso, aunque sólo sea en pensamiento, a un lugar y un tiempo que simbolicen para nosotros el amor, bienestar y sensación de pertenecer a algo. En la Navidad anhelamos sentir lo que el hogar representa. De la misma manera, igual que nuestras almas esperan la renovación y el renacimiento, también anhelamos lo que nos es querido y familiar.
Todas las Navidades escuchamos y cantamos de nuevo los mismos villancicos, y sus melodías avivan fibras profundas de contento dentro de nosotros. Tierna y amorosamente desempaquetamos y colocamos nuestras queridas decoraciones. Enviamos felicitaciones a amigos y familiares distantes, y no tan distantes, recordando a todos los que constituyen nuestra red de amor. Participamos en ceremonias, manteniendo así viva la tradición de la Navidad , tan rica y significativa.
¿Cómo ponemos en equilibrio los dos aspectos de la Navidad ? ¿Cómo nos asimos a todo lo que es bello y significativo y, a la vez, abrimos de par en par las puertas de la mente y el corazón a nuevas experiencias?
El renacimiento del Cristo dentro de nosotros nos llama a lo nuevo, a nueva vida, nuevo gozo y nueva luz, pero nuestro punto de partida es justo donde estamos. Todo lo que ha pasado es el origen de todo lo que somos ahora, y todo lo que anhelamos ser. Edificamos sobre la base de nuestro pasado: todos los sucesos gozosos o retadores.
¿Tenemos recuerdos de Navidades particularmente ricos y maravillosos? Demos gracias por ellos y por la oportunidad que la Navidad nos trae de revivirlos cada año. Veámoslos como lo que realmente son: bellos pasos en el crecimiento hacia la luz y la libertad. En esta época saboreemos estas alegrías y traigamos conscientemente su significado al presente.
¿Nos traen las Navidades dolorosos recuerdos? Que esta Navidad sea nuestra oportunidad de edificar de nuevo, de curar viejas heridas e incomprensiones. El renacimiento del Cristo dentro de nosotros es el renacimiento del amor, y el amor a Cristo nos depara para asirnos sólo a aquello que es levantador y positivo, y deja ir el resto.
Al entrar en lo nuevo y el renacimiento de la Navidad , tal vez encontremos que hasta nuestros recuerdos se renuevan. Los sucesos en sí pueden o no haber ocurrido de la manera que los recordamos, pero eso no es lo importante. Recordamos los sucesos de la manera que lo hacemos porque ellos llenan una necesidad emocional en nosotros. Al renacer Cristo en nuestras mentes y corazones, encontramos que podemos evocar sucesos alegres que antes permanecían en la oscuridad. Para nuestra sorpresa, tal vez encontremos que vienen a nuestra mente experiencias de afecto, alegría, cosas compartidas que estaban completamente olvidadas, y que traen una sensación de paz y contento con ellas.
Cada Navidad puede ser una época de despertamiento para nosotros. Cada Navidad podemos escoger conscientemente las actividades y tradiciones de mayor significación para nosotros y revivirlas con fervor. La Navidad siempre llega viva, llena de novedad y alegría, cuando participamos activamente en ella, cuando contemplamos con ojos maravillados toda la belleza que nos rodea.
¿Anhelamos un cambio en esta Navidad? ¿Deseamos que esta Navidad sea completamente nueva y diferente? Eso es posible, porque una Navidad brillante y esplendorosa comienza dentro de nosotros, dentro de nuestras propias mentes y corazones. Podemos tener justo la Navidad que deseemos porque llevamos dentro de nosotros las semillas de gozo, felicidad y bienestar. El renacimiento del Cristo dentro de nosotros significa el renacimiento de un poder transformador.
¿Anhelamos la estabilidad de tiempos pasados? En esta Navidad podemos experimentar seguridad y estabilidad porque habitamos eternamente en el incambiable amor de Dios. La serena Navidad que anhelamos es una realidad dentro de nuestras mentes y corazones, y podemos ponerla de manifiesto.
¿Cuál es el ingrediente que consideramos más importante para una feliz Navidad? Al definirlo, sepamos que ese ingrediente está dentro de nosotros. A través del Cristo renacido en nosotros, tenemos todo el gozo, toda la paz, toda la serenidad, todo el poder, y podemos poner de manifiesto cualquier cosa que consideremos esencial en nuestra Navidad. Al renacer el Cristo en nosotros comprendemos de nuevo que tenemos dentro de nosotros la provisión para toda necesidad.
EN EL PRINCIPIO: EL VERBO…
En el principio. El Génesis 1,1 nos hablaba de los comienzos del tiempo y del universo. Todo ha salido de Dios en el principio, pero para él no corre el tiempo: Dios era y es y será siempre en el principio. Y si queremos entender por qué creó el mundo, debemos saber que en este principio que para Dios no pasa, Dios era como la fuerza incontenible y eterna del Amor. Dios entonces manifestó su inmensa generosidad y engendró a su Hijo, de sí mismo en sí mismo.
Frente a Dios era el Verbo. Dios es Padre por cuanto engendra a su Hijo. En él proyecta y contempla sus propias riquezas (¿cómo uno podría conocer su propia cara si no tuviera un espejo en qué mirarse?). El Hijo (o Verbo) frente al Padre, el Hijo en nada inferior al Padre.
Juan nos habla del Verbo de Dios. Ese término puede traducirse: la Palabra , o el Pensamiento, o, mucho mejor: la Expresión de Dios; y éste es el Hijo.
El Hijo es el resplandor del Padre (Heb 1,1) y su imagen (Col 1,5). El Hijo no es una parte de Dios, pues no tiene nada propio, sino que todo lo que tiene el Padre es suyo (Jn 16,15). Por eso, también él es Dios, frente al Padre Dios.
Por él se hizo todo. Dios crea el universo por y para el Verbo, descubriendo en él las innumerables criaturas, los mundos y los espíritus que junto a él serán hechos hijos de Dios (Ef 1,3-5).
Lo que por él se hizo era vida. Lo propio de la vida es crecer a partir de sus fuerzas íntimas, hasta llegar a la madurez. Este crecer nos parece cosa natural en un hijo, en cualquier hijo, y, en realidad, es cosa propia del Hijo, no del Padre. En el Hijo hay dos aspectos: por una parte, es Dios como el Padre, y no sufre dolor ni disminución. Pero, por otra parte, el Verbo está en una actitud de ofrecimiento: todo lo depone, y se desprende de sí mismo para que el Padre, nuevamente, lo enaltezca y lo glorifique.
Por eso el Hijo de Dios vino a nuestro mundo, no solamente para salvamos, sino también en su afán por desposeerse de su gloria y llegar a ser como nada, hasta que su Padre lo glorifique (Fil 2,5-11).
( ... )
Desde el principio de la creación, siglos antes de que Jesús naciera, el Verbo de Dios era la luz que guía a los hombres. El es la sabiduría de Dios (Pro 8, 22-34 y Sab 7, 20-22) que ilumina a todo hombre, aun a aquellos que viven en pueblos muy alejados de la fe. Esta luz nunca faltó, ni siquiera entre los que no conocían a Dios; estaba en la conciencia de los hombres derechos de toda raza y tiempo.
Pero, en Jesús, la luz llegó a los hombres. Vino a los suyos, a su propia casa, es decir, al pueblo de Israel.
El Verbo se hizo carne (o sea: hombre)... a pesar de ser espíritu, se hizo criatura con cuerpo mortal. Juan dice: se hizo, y no "tomó la apariencia del hombre". Porque el Hijo de Dios se hizo hombre verdadero.
RAZÓN DE LA NAVIDAD
"Dios está con nosotros", es la gran noticia de la Navidad. Si Dios ha querido hacerse hombre, la humanidad tiene futuro. Dios ha sido fiel a su promesa. En Jesús nos ha descubierto su secreto escondido. Su palabra ha roto el silencio y su Luz ha penetrado en las tinieblas. Para que nuestra alegría no sea engañosa necesitamos acercamos al misterio con un corazón humilde y creyente. Quien en el silencio escucha la Palabra y la acoge, quien, iluminado por la claridad de este día, reconoce en Jesús al Mesías prometido, nace de nuevo y su vida se convierte en Navidad. No basta celebrar hoy la Navidad , la hemos de vivir. Esto requiere dejarse guiar por la Luz. Gustamos hoy el gozo de la paz y somos, a la vez, mensajeros de esta misma paz.
Y SUCEDIÓ UN DÍA…
La narración de los eventos siempre es importante. Pero, como es normal, cada quien cuenta los hechos de acuerdo a su óptica personal, sus creencias, prejuicios e intereses.
En los documentos bíblicos aceptados por la Iglesia , podemos encontrar en el Evangelio según San Mateo, la narración más tradicional sobre el nacimiento de Jesús.
Paralelamente existe otra, que ha sido expurgada de los textos aceptados y que forma parte de los llamados Evangelios apócrifos o de origen desconocido. Allí se cuentan los primeros milagros, hechos sobrenaturales que tienen que ver con el encuentro con la luz y la esperanza.
También son interesantes las noticias paralelas a ese evento, como puede ser el origen de los famosos reyes magos que vinieron a ser representantes de primera fila de la humanidad, así como del sentido oculto que tenían aquellos presentes que esos sabios le entregaron al Niño bajo la guía de la famosa estrella de Belén.
Las historias normalmente tienen una moraleja o enseñanza que va más allá, y que conserva el conocimiento de los siglos, un conocimiento que nos puede ayudar a redescubrir realidades profundas que se anidan en nuestro interior.
De esta aventura del género humano se abrieron los haces y se armaron las historias que nos ofrecen una esperanza y una luz al final del túnel.
TRES REYES Y UNA HISTORIA
El nacimiento de Jesús fue acompañado de circunstancias extraordinarias, según dice Mateo, que primero habla de una peregrinación al lugar de su nacimiento:
Mateo 2.1.
Nacido, pues, Jesús en Belén de Judá en los días del rey Herodes, llegaron del Oriente a Jerusalén unos magos.
"Magos" es traducción del griego "magoi", y ha penetrado a nuestra lengua a través del latín "magi". Esta palabra de deriva de "magu", nombre dado a todos los sacerdotes persas en la religión zoroástrica.
Durante toda la historia de la antigüedad, se consideraba a los sacerdotes como los depositarios de conocimientos importantes. No sólo sabían las técnicas para propiciar a los dioses, sino que también estudiaban, sobre todo en Babilonia, los cuerpos celestes y sus influencias en el curso de los asuntos humanos. Por consiguiente, los sacerdotes eran astrólogos avezados (quienes a lo largo de sus estudios también recogían considerables conocimientos de astronomía).
(…)
La historia de los magos es breve. Fueron a ver al niño Jesús, le dejaron regalos y se marcharon; pero su efecto en la leyenda es grande. En la imaginación popular, los magos se convirtieron en tres reyes e incluso tenían nombre: Melchor, Gaspar y Baltasar.
Según la leyenda medieval, Elena (madre de Constantino I, el primer emperador cristiano) llevó sus cuerpos a Constantinopla. Desde allí fueron trasladados a Milán, en Italia, y en fecha posterior a Colonia, Alemania. Se supone que están enterrados en la Catedral de Colonia, de modo que a veces se les menciona como los “Tres Reyes de Colonia”.
PRIMER MILAGRO DE NAVIDAD
Y ocurrió algún tiempo más tarde, que un edicto de César Augusto obligó a cada uno a empadronarse en su patria. Y este primer censo fue hecho por Cirino, gobernador de Siria. José, pues, se vio obligado a partir con María para Bethlehem, porque él era de ese país, y María era de la tribu de Judá, de la casa y patria de David. Y, según José y María iban por el camino que conduce a Bethlehem, dijo María a José: Veo ante mí dos pueblos, uno que llora, y otro que se regocija. Más José le respondió: Estáte sentada y sosténte sobre tu montura y no digas palabras inútiles. Entonces, un hermoso niño, vestido con un traje magnífico, apareció ante ellos y dijo a José: ¿Por qué has llamado inútiles las palabras que María ha dicho de esos dos pueblos? Ella ha visto al pueblo judío llorar, por haberse alejado de Dios, y al pueblo de los gentiles alegrarse, por haberse aproximado al Señor, según la promesa hecha a nuestros padres, puesto que ha llegado el tiempo en que todas las naciones deben ser benditas en la posteridad de Abraham.
Dichas estas palabras, el ángel hizo parar la bestia, por cuanto se acercaba el instante del alumbramiento, Y dijo a María que se apease, y que entrase en una gruta subterránea en la que no había luz alguna, porque la claridad del día no penetraba nunca allí. Pero, al entrar María, toda la gruta se iluminó y resplandeció, como si el sol la hubiera invadido, y fuese la hora sexta del día, y, mientras María estuvo en la caverna, ésta permaneció iluminada, día y noche, por aquel resplandor divino. Y ella trajo al mundo un hijo que los ángeles rodearon desde que nació, diciendo:
Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.
Y José había ido a buscar comadronas. Más, cuando estuvo de vuelta en la gruta, María había parido ya a su hijo. Y José le dijo: Te he traído dos comadronas, Zelomi y Salomé, mas no osan entrar en la gruta a causa de esta luz demasiado viva. Y María, oyéndole, sonrío. Pero José le dijo: No sonrías, antes sé prudente, por si tienes necesidad de algún remedio. Entonces hizo entrar a una de ellas. Y Zelomi, habiendo entrado, dijo a María: Permíteme que te toque. Y, habiéndolo permitido María, la comadrona dio un gran grito y dijo: Señor, Señor, ten piedad de mí. He aquí lo que nunca he oído, ni supuesto, pues sus pechos están llenos de leche, y ha parido un niño, y continúa virgen. El nacimiento no ha sido maculado por ninguna efusión de sangre, y el parto se ha producido sin dolor. Virgen ha concebido, virgen ha parido, y virgen permanece.
Oyendo estas palabras, la otra comadrona, llamada Salomé, dijo: Yo no puedo creer eso que oigo, a no asegurarme por mí misma. Y Salomé, entrando, dijo a María: Permitidme tocarte, y asegurarme de que lo que ha dicho Zelomi es verdad. Y, como María le diese permiso, Salomé adelantó la mano. Y al tocarla, súbitamente su mano se secó, y de dolor se puso a llorar amargamente, y a desesperarse, y a gritar: Señor, tú sabes que siempre te he temido, que he atendido a los pobres sin pedir nada a cambio, que nada he admitido de la viuda o del huérfano, y que nunca he despachado a un menesteroso con las manos vacías. Y he aquí que hoy me veo desgraciada por mi incredulidad, y por dudar de vuestra virgen.
Y, hablando ella así, un joven de gran belleza apareció a su lado, y le dijo: Aproxímate al niño, adóralo, tócalo con tu mano, y él te curará, porque es el Salvador del Mundo y de cuantos esperan en él. Y tan pronto como ella se acercó al niño, y lo adoró, y tocó los lienzos en que estaba envuelto su mano fue curada. Y, saliendo fuera, se puso a proclamar a grandes voces los prodigios que había visto y experimentado, y cómo había sido curada, y muchos creyeron en sus palabras.
LAS OFRENDAS
Los presentes que los Reyes Magos llevaron al portal de Belén para adorar al recién nacido están cargados de simbolismo:
· El oro es el metal de los dioses solares y de los reyes por excelencia. Los egipcios veían en él la carne de Ra, el dios Sol. También es el símbolo de riqueza y poder.
· El incienso es símbolo de trascendencia, de búsqueda, del camino interno de lo material hacia lo espiritual. A través de él se obtienen estados elevados de conciencia que favorecen, junto a la oración, el contacto con la divinidad.
· La mirra es símbolo de la vida eterna, de la resurrección; un atributo divino más allá de la vida y de la muerte. Además es una sustancia aromática y, mezclada con otras, constituye un eficaz elemento conservador.
SÍMBOLOS DE UNA FIESTA DE AMOR
Permanentemente creamos elementos cuyo sentido va más allá de ellos mismos. Estos son símbolos que representan poderosas fuerzas que no podemos envasar ni etiquetar.
Y la Navidad es, posiblemente, una de las fiestas que mayor trascendencia tiene para los corazones de millones de personas a lo largo y ancho de todo el globo terrestre.
Desde el más remoto pasado, se erige un pino adornado con luces y frutos, poderosos elementos que alejan las tinieblas del hambre y del frío, y nos acercan a la calidez de la seguridad de un tiempo de esperanza.
También, hace dos mil años, se ha sumado otro símbolo que tiene luz propia y cuyo sentido es el de un faro en las tinieblas, una mano que viene para guiarnos hacia puerto seguro: la Estrella de Belén, lazarillo que condujo a pastores y reyes, por igual, hacia el establo donde descansaba la alternativa para el cambio radical: el amor.
El mismo amor que refleja otro de esos símbolos enraizados en la historia del mundo occidental: San Nicolás o Papá Noel. Un hombre bueno que desarrolló en torno a sus acciones una tradición donde el dar, el compartir, se fijó como lema de una vida y ejemplo para las generaciones por venir.
Finalmente hay otro símbolo. Esta vez sonoro, melodioso, sentido, profundo. Se trata de la canción Noche de Paz, verdadero himno navideño que nos habla de amor, calma y quietud, necesidades de todos los corazones y todas las comunidades que reconocen que sin ellas resulta imposible avanzar, progresar y desarrollarse.
SAN NICOLÁS
Aparece puntualmente cada invierno. Es una figura patriarcal, tierna y protectora, que reparte regalos a los niños de toda condición. Hoy le "llaman Santa Claus, Father Christmas, Sinterklass, Papa Noel, Babbo Natale... Ayer se denominaba San Nicolás. Y antes, mucho antes, aparecía con el nombre de Señor Invierno por los caminos nevados de los pueblos centroeuropeos. Pero más atrás aún en el tiempo, se celebraba la advocación de Saturno entre los romanos y Cronos entre los griegos.
...el único Santa Claus de carne y hueso del que tenemos noticia vivió en el siglo IV de la era cristiana en los valles de Lycia en el Asia Menor.
Se llamaba Nicolás y fue una de las figuras más veneradas por los cristianos de Oriente y Occidente durante toda la Edad Media. Todavía hoy acuden multitudes de fieles a cobijarse a la sombra de sus reliquias depositadas en la basílica de Bari, junto a las cálidas orillas adriáticas de la Italia meridional.
Para averiguar por qué Nicolás de Bari encarnó en un momento determinado la figura del anciano protector que regala cosas a los niños, habría que asomarse primero a su biografía.
Los únicos datos históricos que tenemos de ella son su episcopado en Myra (la actual Finique de Turquía) y el testimonio de sus restos en Bari. Parece que nació en una familia acomodada de comerciantes y que, de muchacho, estaba indeciso entre seguir las huellas paternas por las rutas mercantiles del Adriático, o cumplir los deseos de su madre que lo quería sacerdote como su tío, a la sazón obispo de Myra.
La peste solucionó el dilema de Nicolás: sus padres murieron en ella y el muchacho, conmovido por el desastre, repartió su herencia entre la muchedumbre asustada y malherida que había sobrevivido a la catástrofe. Luego se puso en camino hacia Myra a la búsqueda de su tío-obispo. Y aquí se inicia la leyenda: mientras tanto el tío-obispo muere y los sacerdotes de Myra no consiguen ponerse de acuerdo en su sucesor. Cansados de tanta votación inútil deciden elegir el primer cristiano que pusiera los pies en la iglesia. Y así el joven Nicolás se convirtió en obispo de Myra.
... Muchas cosas debieron ocurrir en aquellos años para convertirlo, con el tiempo, en santo patrón de países como Grecia y Rusia, regiones como Lorena, ciudades como Friburgo y Moscú; para que por toda Europa se alzaran centenares de templos bajo su advocación; para que marineros, comerciantes, vírgenes y toda la chiquillería europea lo acogieran como benefactor. Y para que hacia 1807 mercaderes y navegantes italianos se atrevieran a desafiar a los musulmanes secuestrando sus restos y llevándolos a Bari para custodiarlos al amparo de una bandera cristiana.
No hay documentos que testifiquen las razones de todo esto pero sí una sólida tradición popular. El primer relato sobre el santo data del siglo IV y apareció en un texto griego. Narra la historia de tres alegres colegiales en día de asueto que beben imprudentemente más de la cuenta en una taberna. El patrón los asesina para robarles y mete los cuerpos en una cuba de vino. Enterado Nicolás, corre a la taberna y los devuelve a la vida tras una buena reprimenda. ¿Viene de aquí su aureola de benefactor de los niños?
Por aquellos años, otro Nicolás, el abad de Sión, escribió una biografía del santo en la que narra los milagros que dieron pie a su devoción entre vírgenes y marineros. Un padre hundido en la miseria, con tres hijas casaderas, decide una noche solucionar los problemas familiares prostituyendo a las muchachas. Esa misma noche San Nicolás deja deslizar por la chimenea de la casa tres barras de oro como dote para cada una de las muchachas.
Otra leyenda (una nave a la deriva, una tripulación enloquecida de espanto ante la galerna, una oración a San Nicolás, y una calma chicha como final feliz del asunto) parece estar en la raíz de la devoción que el santo de Bari ha inspirado a generaciones y generaciones de marineros.
Los sociólogos explican todo esto de otra manera. Hasta el momento de la consolidación del cristianismo en Europa, cada actividad, cada gremio, cada función de la vida cotidiana, estaba consagrada a los dioses. Los griegos tenían su propia mitología, los romanos adoptaron la suya, las divinidades del imperio sustituyeron luego a los dioses de los pueblos bárbaros europeos. No era de extrañar que los cristianos sintieran la necesidad de asumir esas ancestral es celebraciones encuazándolas hacia sus propios santos.
Los marineros griegos, por ejemplo, creían que Poseidón era el rey de los mares del mundo... Los romanos llamaron Neptuno a Poseidón y siguieron invocándolo. Los primeros marineros cristianos también sentían la necesidad de una ayuda que los protegiera de las tempestades. Nicolás fue para ellos esa ayuda.
Algo parecido debió ocurrir con los niños y sus ansias de ilusión y regalos. En la Roma Antigua y en todo el Lacio, se celebraban cada invierno las fiestas religiosas en honor a Saturno, el Cronos de los griegos. A mediados de diciembre, las saturnales festejaban el solsticio de invierno y en su origen estuvieron vinculadas a las ceremonias de recolección...
Al final de las fiestas y en nombre del anciano dios de las cosechas, todo el mundo recibía regalos. Los niños eran el alma de aquel jolgorio y los regalos que recibían habían sido cuidadosamente preparados en sordina desde muchas calendas antes de que llegaran los primeros fríos.
¿Cómo no reconocer estas antiquísimas costumbres en los relatos de la Edad Media ? Y en el caso concreto de los portadores de regalos, ¿como no evocar el anciano rostro del Saturno antiguo en esa figura patriarcal que llevaba obsequios a los niños en los crudos días de los inviernos medievales?
Santa Claus no tenía por entonces un nombre muy definido, ni siquiera un sexo preciso. Los niños italianos, por ejemplo, recibían sus regalos de una especie de bruja achacosa y bonachona llamada Befana. En los bosques de las montañas vascas, el día de Nochebuena ardía un tronco de leña especial en las chimeneas de los caseríos en recuerdo del Olentzero. Este era un gigante, un carbonero del bosque que se colaba en Navidad por las chimeneas y con su cara tiznada de hollín celebraba las fiestas con chicos y grandes "Orra, orra, Olentzero, pipa artzedubenic", cantaban todos a coro (Ahí está nuestro Olentzero, con su pipa, sentado, y con capones y huevos para merendar mañana con una botella de vino).
Brujas, carboneros, duende, campesinos de barba blanca, botas altas y gorro de armiño, todos estos señores del invierno que poblaban las más recónditas aldeas europeas no hacían otra cosa que cumplir, sin saberlo, las mismas tareas que los antiguos atribuían a Saturno: regalar cosas a los niños, aportando un instante de calor en los momentos más crudos del invierno.
No es extraño que el recuerdo de los milagros de San Nicolás entre los fieles cristianos sustituyera a las figuras paganas portadoras de regalos. Y así, en muchos sitios, el gorro de armiño se reemplazó por la mitra episcopal, el abrigo rojo típico del atuendo medieval centroeuropeo, se convirtió en una capa y el bastón de pastor de renos pasó a ser un báculo.
Pero los duendes paganos del invierno medieval se resistían a desaparecer a pesar de la cada vez más extendida afirmación de San Nicolás. Hasta el pasado siglo todavía había señores del invierno pagano recorriendo incansablemente los caminos nevados cargados con sus sacos de regalos... Iban a pie o a caballo, en trineos tirados por ciervos y los niños, según las regiones, dejaban junto a la chimenea unas briznas de heno, unas zanahorias, un montón de paja ... En otras regiones se llegó a una solución mixta y los diosecillos paganos actuaban como pajes de San Nicolás y entonces, un cortejo de figuras se deslizaban puntualmente por los senderos navideños...
LA ESTRELLA DE BELÉN
Elemento importante en el relato evangélico de la Adoración es la estrella que supuestamente condujo a los Reyes Magos desde Oriente, primero a Jerusalén y luego hasta el mismo portal de Belén.
Durante siglos se creyó que esa estrella no era otra que el cometa Halley, cuya aparición suele coincidir con destacados acontecimientos históricos. Parece demostrado que no pudo ser ese astro, que había sido avistado entre once y doce años antes de la fecha que establece aproximadamente el nacimiento de Jesús y no volvería a aparecer en el firmamento hasta el año 66 de nuestra era, cuando el historiador judío Josefo lo describe "extendido sobre Jerusalén como una espada". Es probable que el evangelista tuviese esa misma visión precisamente cuando componía su relato, al que la incorporó como una licencia poética al símbolo teológico.
A esa creencia tradicional habría contribuido también el pintor florentino Giotto, quien tuvo oportunidad de observar el comenta Halley en el año 1301, cuando éste ofrecía un aspecto particularmente brillante. El artista al confeccionar su propia versión de la Adoración de los Magos, en 1303, basándose en la narración evangélica, optó por representar la estrella de Oriente como el refulgente cometa...
Otra hipótesis es la de los que creen que la estrella de Belén fue fruto de una conjunción astronómica entre Júpiter, Saturno y la Tie rra, que tuvo lugar en el año siete antes de Cristo.
Para otros, se trató de Venus, el "lucero del alba", que es el astro más luminoso del firmamento, o de la explosión de una supernova, cuya potencia lumínica puede llegar a ser mayor que la de Venus.
Tampoco podía faltar la hipótesis OVNI, cuyo mayor punto de apoyo es el apócrifo Protoevangelio de Santiago, en el que se explica el extraño comportamiento de la supuesta estrella: "volvió de nuevo a guiarles hasta que llegaron a la cueva y se posó sobre la boca de ésta".
HISTORIA DEL ÁRBOL DE NAVIDAD
Mucho antes de la era cristiana, era costumbre, al norte de Europa, espantar los malos espíritus que estaban alojados en los árboles para que aún en invierno las ramas permanecieran verdes. Las ramas de las coníferas eran el símbolo de la esperanza de que regresarían la primavera y el verano, estaciones en que el Sol daría nuevas fuerzas al hombre y a la naturaleza.
Cuando San Vilfrido (634-710), un monje anglosajón, comenzó a pregonar el cristianismo por Europa Central, encontró creencias paganas muy arraigadas entre esos pueblos. Para acabar con ellas, resolvió cortar un viejo árbol que estaba frente a su iglesita.
Según la leyenda, en ese momento irrumpió una fuerte tempestad y un rayo cortó el tronco en cuatro pedazos. Pero, un pinito, nuevo y aún verde, que estaba aliado del árbol, milagrosamente no sufrió daño alguno.
Para San Vilfrido ese acontecimiento representó un mensaje del cielo, por el cual la Divina Providencia daba su respaldo a la niñez y a la inocencia.
En aquella misma noche, en su sermón mencionó el hecho, diciendo que el pinito, protegido por Dios, representaba el árbol de la paz y la inocencia.
Por conservarse siempre verde, aun en los más crudos inviernos, el pino se convirtió en un símbolo de la inmortalidad.
Y en el sermón de Navidad, ese mismo año, San Vilfrido asoció al pinito verde a la imagen inmortal del Niño Jesús. Así, el árbol pasó a representar a Jesús, Vida y Luz del mundo.
Se sabe que San Bonifacio, el apóstol de los alemanes, tumbó un árbol que los germanos consideraban sagrado, lo cual vino a simbolizar para ese pueblo que un cristiano bien podía enfrentar a sus dioses. Pero no existen pruebas, como muchos han afirmado, de que San Bonifacio hubiese declarado que el pino alemán era un símbolo cristiano.
Mientras tanto, la costumbre de arreglar un pino alemán con velas, durante las fiestas navideñas, significa una mezcla de creencias germanas con tradiciones cristianas.
El árbol de navidad que conocemos hoy con velas, bolas, nueces, dulces, arreglos plateados o coloridos, signos y estrellas, entró de moda, en Alemania, durante el siglo XIX.
Hay quien afirma que fue Martín Lutero quien iluminó el primer árbol de Navidad en 1525.
(…)
Hoy por hoy es uno de los símbolos más expresivos de la Navidad , con sus bolitas coloridas y sus luces multicolores, como frutos producidos por él. Son los frutos de nuestras buenas acciones y sus variados tamaños indican la medida de nuestra generosidad y caridad.
Colocados en los lugares más destacados de nuestras iglesias, capillas, hogares y oficinas, representan la alegría y la fe que renace cada año en el corazón de los hombres, guiados por Jesús, esperanza, vida y salvación.
NOCHE DE PAZ
En medio de las canciones compuestas y cantadas a través de los siglos entre los pueblos cristianos, destaca Noche de Paz, que merece ser conocida más profundamente en su emocionante historia. Ella es, sin duda, la más popular y difundida canción de Navidad.
El 24 de diciembre de 1818, sentado a su escritorio, el padre Joseph Franz Mohr (1792-1848), vicario cooperador de la pequeña parroquia de San Nicolás en la aldea de Oberndorf, en la provincia austriaca de Salzburgo, leía la Biblia.
El joven vicario estaba preparando su sermón para la misa de media noche. Concentraba toda su atención en los textos bíblicos, repasando las páginas que contenían la palabra de Dios, justo en el Nuevo Testamento leía la historia de los pastores a los cuales un ángel les decía: "No se asusten porque les traigo una buena nueva que será una gran alegría para todo el pueblo. En la ciudad de David nació hoy un Salvador que es el Cristo Señor. Esta es la señal: encontrarán un niño envuelto en pañales y colocado en un pesebre."
Justamente, en ese momento, alguien golpeó la puerta. Interrumpido en su lectura, el padre Mohr se levantó y fue a abrir. Se encontró con una joven campesina envuelta en un humilde y tosco chal.
La muchacha lo saludó: "Alabado sea nuestro Señor Jesucristo", y luego le solicitó que la acompañara para bendecir el nacimiento de un niño, hijo de un leñador.
El padre Mohr, cumpliendo con su misión sacerdotal, se puso el abrigo, los guantes y los zapatos de nieve y acompañó a la mujer al bosque de pinos cubiertos de blanco, mientras su pensamiento seguía en su sermón para la media noche. Finalmente llegaron a una choza, baja, mal iluminada y ahumada. Un hombre zote lo recibió con un gesto brusco; una señora cargaba en sus brazos al recién nacido. El sacerdote, extendiendo los brazos, los estrechó a los dos. Al regresar solo, se sintió bastante conmovido al recordar aquella escena por la semejanza con el nacimiento de Jesús. Su pensamiento regresaba al texto bíblico, pareciendo tener la imagen del milagro divino al frente. Aquellos momentos quedaron profundamente grabados en su corazón, y nada consiguió alejarlos. Parecía que fuera un testimonio vivo y presente del nacimiento de Jesús.
Luego de celebrar la misa de gallo regresó a casa, pero no logró conciliar el sueño. La escena vivida horas antes tenía cada vez más fuerza en su interior. Se sentó frente a su escritorio tratando de rehacer lo que sentía y las palabras fueron tomando cuerpo, suavemente, en forma de versos.
Al amanecer, el padre Joseph Mohr vio que había escrito un poema, Noche de Paz, que comenzaba con las siguientes palabras: Noche de Paz, noche de amor...
Y ahora nos preguntamos ¿cómo nació la música de este famoso tema navideño?
Pues bien, Franz Xavier Gruber (1787 -1863) también austriaco y católico romano, músico, organista y maestro de música en Oberndorf, la misma aldea del padre Mohr, fue el autor de tan maravillosa melodía.
Durante muchos años la canción quedó circunscrita a la familia Gruber cantada por Franz, María (su esposa) y los hijos. Lentamente fue siendo divulgada hasta llegar a la corte de Prusia.
Y gracias al inspector del coro de la Abadía de San Pedro, donde hoy está la ciudad de Salzburgo, Ambrosius Prennsteiner, el compositor fue reconocido.
Por intermedio del hijo de Gruber, Félix, de sólo nueve años, Prennsteiner se enteró por casualidad que Gruber era el autor de la melodía.
Junto con Félix, fue invitado a la casa de los Gruber a comer, y el hombre fue directamente al tema explicándole al compositor que un maestro de concierto prusiano, Ludwig Erk, venía directamente de Berlín a la Abadía de San Pedro para localizar al compositor de la hermosísima canción navideña Noche de Paz.
- ¡Ah! -respondió Gruber- yo la escribí hace treinta y cinco años, cuando era profesor en esta aldea... La letra no es mía sino del fallecido padre Joseph Mohr, que Dios lo tenga en su gloria...
Y, entonces, el propio Gruber, con sus sesenta y seis años, entusiasmado y al son de la guitarra, le cantó Noche de Paz al fascinado Prennsteiner.
Rápidamente la canción se expandió por toda Europa y actualmente Noche de Paz está adaptada a más de ochenta idiomas, y es, sin dudas, el mejor regalo de Austria para el mundo cristiano.
Tal y como hemos conversado, las fiestas en torno a la Navidad se han ido transformando con el paso de los años.
Y aunque debajo de cada actividad navideña permanezca intacto el espíritu del amor y de la transformación, por encima, el barniz y la decoración pueden parecernos diferentes.
Estamos hablando de las tradiciones. Tradiciones y costumbres que se adecuan a la época, llenando el ambiente con un sentimiento festivo que no tiene comparación.
Quizás una de las tradiciones más impactantes sea la de los belenistas, verdaderos arquitectos-historiadores encargados de rememorar el nacimiento de Jesús con el desarrollo de pesebres y nacimientos. Su origen está en manos de San Francisco de Asís, y la creatividad de cada belenista se desborda, año tras año, en una tradición cada vez más fuerte.
Igualmente, hay otras tradiciones como los estrenos, las comidas, la música, los regalos y las felicitaciones, concretadas estas últimas en las famosas tarjetas de navidad.
Hay historias que han sido dadas a conocer a través de los medios de comunicación como el cuento del Espíritu de la Navidad y el viejo Scrooge, que no es otra cosa que una narración sobre la importancia de aprender a sentir amor, dejando a un lado los sentimientos egoístas.
En nuestras tierras también se ha hecho literatura en torno al tiempo de Navidad, y por eso transcribimos una narración del venezolano José Rafael Pocaterra, quien nació en la ciudad de Valencia en 1888 y murió en Montreal en 1955. Uno de sus grandes valores estriba en la introducción de la novela urbana, sin dejar a un lado las pinceladas costumbristas. De su pluma surgió un personaje navideño que retrató la pobreza, la inocencia y el amor de un pueblo. Fue Panchito Mandefuá.
Hagamos un recorrido por esas tradiciones que nos consolidan como pueblos y nos unen en el más sano espíritu navideño.
EL PESEBRE A DOS MIL AÑOS DE LUZ
"Un niño nos ha nacido, un niño se nos ha dado, que vendrá con mucho poder. De él se dirá: Este es el consejero admirable, el héroe divino, el padre que no muere, el príncipe de la paz."
En las horas más sombrías para el pueblo de lsrael-a 700 y tantos años de la era cristiana-, lanza Isaías esa profecía. El reino de David está en conflicto con sus vecinos poderosos, y el niño -Enmanuel- debe nacer en Belén en tiempo de paz: "Como gobernante, le pondré la Paz , y en vez de opresión, la Justi cia", recalca el profeta de la antigüedad.
Por el mismo tiempo, allá en la llanura volcánica de Lacio, se funda el imperio que pondrá en paz toda la tierra por el derecho y la justicia.
En la hora apoteósica de la Roma Imperial , César Augusto, dueño del mundo sube al Capitolio para preguntar a los dioses quien empuñaría el cetro después de su muerte: “Por disposición divina –le responde la pitonisa- descenderá del cielo de los beatos un niño que pondrá su trono en este templo. Será inmaculado y enemigo de nuestros altares”.
Para perpetuar el Oráculo, aquel Emperador y Pontífice máximo hizo construir un altar en lo alto de la Colina Capitolina , Con esta inscripción: "Haec ara Filii Dei est" -Este altar es del Hijo de Dios.
Y fue el propio César Augusto el providencial instrumento que pondrá en la historia la profecía y el mismo oráculo de la pitonisa. A los cuarenta y dos años de su reino -733 de la fundación de Roma-, viéndose dueño del mundo, ordenó un censo para conocer a todos sus súbditos, próximos y lejanos. Promulgado según la tradición en Tarragona, no se realizó en seguida por razones de Estado. Augusto quería hacer el empadronamiento en tiempos de paz, y cerrar, como símbolo, el templo de Jano.
Dominados los cántabros, germanos y galos, hizo efectivo al orbe el decreto desde Roma, a los 749 años de su fundación. Las Puertas del templo se cerraron, El mundo estaba listo para el gran acontecimiento que va a dividir la historia en dos mitades.
La profecía se hace historia. El oráculo, realidad. El Verbo se hace carne y se injerta en el tronco viejo de la humanidad.
A dos mil años de luz, los ángeles siguen cantando: "Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, gracia a los hombre y paz".
A dos mil años de sombra, los hijos de las tiniebla siguen haciendo guerras, en la guerra y en la paz.
Un surco tan grande en la historia, no podía escapar a los espíritus sensibles que traducen la verdad en belleza y la belleza en vida y bondad. Con la primera sangre cristiana, surgen los pintores ingenuos de las catacumbas. La fe perseguida se manifiesta en símbolos místicos: panes, peces, pelícanos, flores... adornan, afrescados, sepulcros de los cuerpos desgarrados.
Pero los símbolos no bastan y se buscan las figuras. Y en pleno siglo segundo se pinta la Navidad y la Epifanía. La Virgen, el Niño y la Estrella , hacen su entrada en las catatumbas de Prisila. Luego en los templos, claustros y conventos. En el siglo VII, en Santa María la Mayor , un pequeño oratorio recuerda a los fieles de Roma la cueva del Señor.
Francisco de Asís convertirá el Misterio en vida y dará al Pesebre un gran sentido humano: "Quisiera hacer una especie de representación viviente del nacimiento de Jesús en Belén", dice a su amigo Juan Vellita, próxima la Navidad de 1223.
Bajo la bóveda celeste, Francisco prepara el pesebre, y sobre el pesebre un altar. Las campanas de Greccio llaman a Nochebuena, pastores y campesinos, con antorchas y rebaños, plenan alegres aquella tierna escena de la Navidad.
Con este episodio, Francisco de Asís populariza el Pesebre. Pero sólo a mediados del siglo XV, se designará con tal palabra latina -"praesepe"- la escena del nacimiento de Jesús en Palestina.
Y si por pesebre entendemos, no a la mera representación, sino el conjunto decorativo que se arma por Navidad y luego se desmonta, hay que esperar hasta 1562 para encontrar en la Iglesia de los jesuitas, en Praga, el Primer Belén que registra la historia. Cinco años después, aparece el primero de carácter familiar, de la duquesa Constanza d'Aragona.
En alas del arte y de la fe, pronto se extiende y populariza la costumbre por Europa. De su raigambre popular nos hablan las calles y hosterías del Tirol dedicas al Belén, la "Via dei Figurari" en Nápoles, las de "Bambinai" en Palermo...
Y llega la edad de oro del Pesebre, en el siglo XVIII, bajo el impulso de un monarca -Carlos III-, mecenas y pesebrista, quien regirá por años los destinos de Nápoles y luego los de España. En 1739 construye la fábrica de porcelana Capodimonte y propaga por la compañía las figuras y pesebres que modela con su esposa María Amalia.
El ejemplo del munífico señor cala en la aristocracia y en el pueblo, admirados del trabajo de sus manos, y se forma la rica escuela del "Presepio Napolitano". Arte, colorido, tipismo, religiosidad, se funden con la cerámica y la "terracota", en un versión napolitana del Evangelio, que dibuja lo humano y divino de la Navidad.
Con alguna influencia de aquella escuela y del monarca, florece el arte pesebrístico por Austria, Alemania, Portugal y España, si bien antes, en el siglo XVII, Lope de Vega monta su Belén con figuras de cera.
Pero tuvo que llegar el barroco para que el pesebre español alcanzará su madurez sólo superada por el catalán Amadeu-, no sin antes haber conquistado el corazón de la América hispana y morena, donde se desarrolla una pluriforme escuela: Quito, Lima, México, Bogotá, Mérida, Trujillo... Cada pueblo traduce el Nacimiento de Jesús a su arte y manera.
A dos mil años de luz, la humanidad espera... Espera el eterno mensaje de amor y de paz que el dios de la técnica no ha podido dar. Violencia, injusticia, drogas, crueldad... oprimen al hombre. No hay tregua en el mal.
A dos mil años de luz, el eterno pesebre de la Navidad recuerda el camino de humildes pastores y el eco repite: "Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, gracia a los hombres y paz".
Suscribirse a:
Entradas (Atom)