El día de Navidad tiene características especiales y modalidades únicas, lo mismo en sus ritos religiosos que en sus diversiones y costumbres profanas. Todo es solemne en tal día e incluso la comida familiar es distinta de los banquetes propios de otras festividades. Aún en los hogares más pobres la comida de Navidad resulta solemne y forma parte de una serie de actos que la festividad anima. Se procura hacer un esfuerzo para aderezar una comida mejor que la de cualquier otro día, y sobre ella se derrama abundantemente la alegría y el buen humos.
La literatura y el arte han glosado insistentemente la contraposición de la comida de los humildes, llenos de salud y optimismo, con el banquete de los poderosos que no saben contentarse con lo que tienen y abren de par en par las puertas de su insaciable ambición. Los hombres de buena voluntad, pobres y ricos, pueden ser felices el día de Navidad si saben practicar la humildad con lo que tienen y sacar partido de lo que Dios les ha deparado.
Las costumbres de Navidad han cristalizado poéticamente en la comida familiar, y han valorizado algunos manjares como propios del día y susceptibles de ayudar a la solemnidad y al optimismo que la festividad ofrece. Comienza ya la fiesta en las horas que se dedican a la compra y la preparación de manjares tradicionales. Ya los días anteriores participan, a este respecto, de la fiesta, porque se escogen las aves del corral y demás manjares componentes del banquete.
En el campo la operación es muy sencilla, porque se tienen a mano o se han criado por sí mismos los pavos y los lechoncillos y se han plantado las verduras. En la ciudad es muy importante el ir a la compra y escoger las cosas que se necesitan, porque las tiendas y mercados están rebosantes de gente y la aglomeración engendra animado bullicio y festiva algarabía.
Es un espectáculo muy ameno y pintoresco observar el ir y venir del gentío, escuchar las conversaciones y sorprender en todos los rostros en la entonación de la voz, el gozo que parece emanar de cuantas personas corren de tienda en tienda y de mercado en mercado, atropellándose, riendo como bajo el imperativo de una doble complacencia: el encanto de esta fiesta de Navidad que es, sin duda, la más hermosa del año, y el regodeo del apetito excitado por las suculencias que promete la mesa familiar.
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