Al nacer Cristo de nuevo entre nosotros, nos renovamos, y todo en la vida se renueva para nosotros. El amor y la luz renacen dentro de nuestro propio ser, transformando todo lo que somos en una gloriosa maravilla.
En estos días nos preparamos ardiente y fervorosamente para esa maravillosa experiencia navideña de renacimiento y renovación. Nuestro espíritu está eternamente dispuesto para la vida nueva y el divino gozo del nacimiento de Cristo en nosotros.
La Navidad también despierta en nosotros el anhelo del hogar, de un regreso, aunque sólo sea en pensamiento, a un lugar y un tiempo que simbolicen para nosotros el amor y el bienestar.
En la Navidad anhelamos sentir lo que el hogar representa. De la misma manera, igual que nuestras almas esperan la renovación y el renacimiento, también anhelamos lo que nos es querido y familiar.
Todas las navidades escuchamos y cantamos de nuevo los mismos villancicos, y sus melodías avivan fibras profundas de contento en nosotros. Volvemos por instantes a los momentos felices que alguna vez, como niños, como jóvenes o como adultos disfrutamos en el calor del hogar.
En los días de la Navidad, tierna y amorosamente desempaquetamos y colocamos los adornos de la época. Enviamos felicitaciones a amigos y familiares, participamos en ceremonias de los vecinos y ayudamos así, con entusiasmo, a mantener viva la hermosa tradición, tan rica y significativa.
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