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miércoles, 26 de octubre de 2016

La verdadera historia de Santa

La verdadera historia de Papá Noel

Recopilación de leyendas y hechos históricos
Texto: Enrique Arenz

Papá Noel, el simpático personaje que aman todos los niños del mundo y que según una antigua leyenda reparte regalos en Navidad desde un trineo volador, fue un personaje real hace mil seiscientos años. ¡Y fue quien hizo el primer regalo navideño de la historia!

Trescientos años después de Cristo, en la ciudad de Mira (donde actualmente está Turquía), un anciano llamado Teófilo estaba desesperado. En su juventud había sido un distinguido caballero que prestó honoríficos servicios al Estado, pero por su honradez terminó olvidado y en la mayor pobreza.

A causa de su situación no podía casar a ninguna de sus tres hijas. Eran épocas en que ninguna mujer se casaba si su padre no disponía de cierta cantidad de dinero para entregar como dote al futuro marido. Teófilo sabía que a su muerte sus hijas quedarían desamparadas.

De estos avatares se enteró el obispo de la ciudad de Mira, llamado Nicolás.

Nicolás era un obispo muy querido por su bondad y humildad. Decidió ayudar a Teófilo, pero de manera anónima, de acuerdo con lo que él siempre predicaba: “Las obras de caridad no deben darse a conocer”.

Al acercarse la Navidad, el obispo vio la ocasión ideal para materializar su ayuda. En una de sus homilías, habló acerca de los milagros de Navidad y recomendó a los fieles que oraran y pidieran ayuda a Jesús. Teófilo y sus tres hijas, que estaban como siempre en la misa dominical, cumplieron con la recomendación.

En la noche de la Navidad del año 317, el obispo Nicolás se acercó sigilosamente a la vivienda del anciano y arrojó por una ventanita una pequeña bolsa con monedas de oro.

Nicolás acababa de hacer el primer regalo de Navidad.

Teófilo y sus hijas no lo podían creer. Corrieron a ver al obispo para anunciarle que se había producido el milagro de Navidad que  habían pedido. Seis meses después, Teófilo casó a su hija mayor.

Al año siguiente Teófilo y sus hijas oraron por otro milagro de Navidad y Nicolás repitió su anónimo acto de caridad. El anciano pudo casar a su segunda hija.

Teófilo estaba feliz e intrigado al mismo tiempo. Sabía que se trataba de un milagro, pero, se preguntaba, ¿quién era el encargado de realizarlo? ¿Acaso un mensajero celeste? Comentó el suceso con sus vecinos y por ellos vino a enterarse de que otros hechos similares e igualmente misteriosos habían beneficiado en Navidad a personas necesitadas.

El viejo hidalgo no se quedó tranquilo. Estaba convencido de que en la próxima Navidad se repetiría el milagro en beneficio de su tercera hija, y como era un hombre agradecido quería saber a quién debía expresar su gratitud por tanta bondad. Cuando llegó la noche de Navidad se quedó espiando y sorprendió al obispo de larga barba blanca que desmontó de su burro frente a su casa, se acercó a la ventanita y arrojó la bolsita con las monedas de oro.

Teófilo, conmovido hasta las lágrimas, cayó de rodillas ante su benefactor y besó sus manos.

―Venerable padre… ¡usted…!

─Me has descubierto, Teófilo ─dijo riendo el obispo mientras ayudaba al anciano a ponerse de pie─. No digas nada. Prométeme que guardarás el secreto.

─Pero venerable padre, ¿por qué? ─balbuceó Teófilo─ ¿Por qué se desprende usted de su dinero para ayudarme?

El obispo sonrió, besó al anciano y le dijo simplemente:

─Porque hoy es Navidad.

 

Según cuenta la leyenda, el secreto no pudo guardarse y Nicolás dedicó el resto de su vida a llevar obsequios a los niños y a los pobres cada día de Navidad.

El obispo falleció el 6 de diciembre del año 345, y sus restos fueron sepultados en la ciudad de Mira. Pero cuando en 1087 esta ciudad cayó en manos de los musulmanes, un grupo de cincuenta marineros italianos devotos del santo a quien atribuían famosos milagros a favor de los náufragos y marineros en peligro (de hecho San Nicolás es el santo patrono de los navegantes), desembarcaron en Mira, tomaron por asalto la tumba de Nicolás y se llevaron sus huesos al pueblo italiano de Bari, donde erigieron en su honor una de las más bellas iglesias de la cristiandad. Desde entonces se lo conoce en el santoral como San Nicolás de Bari. Se le atribuye haber hecho en vida y después de muerto milagros portentosos, y se dice que tenía la facultad sobrenatural de hacerse ver en varios lugares al mismo tiempo. Aunque mucho de esto es leyenda no reconocida por la Iglesia Católica.

Si bien fue muy amado en su tiempo, lo curioso es que a pesar de ser un santo secundario en la constelación de las grandes personalidades de la Iglesia, su popularidad fue aumentando con los siglos. Miles de templos en todo el mundo llevan su nombre. Solamente en Inglaterra hay más de cuatrocientos.

Desde el siglo IV la imagen de este santo quedó indisolublemente unida a la tradición navideña. Las primeras leyendas sobre Nicolás vienen de Holanda. Lo muestran montado en un burro o un caballo repartiendo regalos a los niños el día de San Nicolás de Bari. Esta fecha se trasladó más tarde a la noche de Navidad.

La tradición Holandesa cruzó el Atlántico en 1621 y fue llevada a la isla de Manhattan  (Nueva York) por los primeros colonos holandeses que se establecieron allí.

Ya entonces lo llamabanSinterklaas, que en neerlandés quiere decir “San Nicolás. La imagen que los colonos tenían del “Santa” de esos días era la de un obispo adusto, serio, alto, delgado, anciano y de larguísima barba blanca.

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